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JUEZ DE SILLA por Carlos Gallo
CARLOS GALLO
Si tenemos en cuenta que Rafael Nadal ganó 150 de sus últimos 154 partidos en arcilla y que la final del Masters 1000 era en Madrid, con todo el público a su favor, una eventual derrota podía calificarse como un milagro.
Los milagros, por definición, no tienen una explicación lógica, pero lo que pasó ayer en la Caja Mágica era previsible.
La victoria de Federer, entonces, fue una coproducción entre el suizo, brazo ejecutor de la misma, y el serbio Novak Djokovic, quien junto a Nadal nos regalaron uno de los mejores partidos que vi en mi vida. Fue una semifinal épica, que duró 4 horas 5 minutos, algo inusual para un partido al mejor de 3 sets. Pero no sólo fueron las 4 horas de juego sino la tensión que se cortaba en el ambiente madrileño y que agota tanto o más el físico de los que tienen que "sufrir" estos partidos.
El clásico tenístico de nuestra época entre Nadal y Federer fue opaco, con Rafa casi sin poder moverse (otro en su lugar quizás ni hubiera jugado).
El helvético sabe que no le ganó al mejor Nadal, pero aun así sirve para cortar una racha de cinco finales perdidas en fila.
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