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Desde el arco por José Mastandrea
La mejor fórmula del Mundial fue la de Uruguay. Tuvo un grupo de jugadores que fueron profesionales y amateurs a la vez.
Se cuidaron, entrenaron, se alimentaron y salieron a la cancha como jugadores europeos. Impecables en sus actitudes y en el juego.
Pero también se entregaron de cuerpo y alma en defensa de la camiseta, como cualquier botija de barrio jugando por su equipo.
Esa fórmula dio sus frutos. Uruguay volvió a sus raíces más profundas, a esas que lo llevaron a lo más alto, aquellas que lo vieron ganar todo y en la adversidad.
Otra vez se vio a los jugadores dejar todo dentro de la cancha. Ninguno pensó en las consecuencias cuando fue a buscar una pelota, cuando se encontró con piernas levantadas y codazos alevosos.
Todos fueron al frente sin guardarse nada, y ese es el premio más importante para cualquier uruguayo.
Porque se puede ganar, empatar o perder, pero yendo a todas y peleando hasta el último suspiro.
Así se lograron triunfos heroicos ante Corea y frente a Ghana. Y así se cayó frente a Holanda y Alemania, dos de los mejores equipos del mundo.
Estos muchachos no se dieron por vencidos ni aún vencidos. Vistieron la camiseta con orgullo y amateurismo.
Ovación digital
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