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EL ANÁLISIS por Edward Piñón
De fútbol no hablemos, por favor
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No hay manera de poder pensar en una pelota. Es imposible que eso ocurra cuando el destino le hizo una jugada macabra a un pibe de 22 años.
A quién se le puede ocurrir que sus compañeros tengan un mínimo interés de hablar de táctica o de actitudes adentro de la cancha, cuando el pibe con el que compartían la habitación, el que les hizo una broma en el entrenamiento anterior o el que les transmitió la mayor de las energías con sus ganas de triunfar en Primera tuvo que afrontar la lucha más importante de todas: la de mantenerse con vida.
Ni los rivales. Porque son colegas de profesión y se ponen en la piel de todos los que están alrededor de Diego Rodríguez. Nadie tiene ganas de escuchar a un técnico hablar de fútbol.
No hay nada que pueda ocupar otro espacio en este momento. La dureza de la noticia afloja las piernas y pone los pelos de punta. Un pibe de 22 años que iba a un gimnasio.
Dentro de todas las malas señales, la única que ofrece algo de paz es la que se encargaron de mandar los futbolistas de otros planteles. Incluido los de Peñarol.
¿Y vos qué decís?
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