COPIAPÓ | AFP, ANSA Y EL MERCURIO / GDA
Trece de los 33 mineros fueron al lugar donde sus familias los esperaron durante 70 días y revivieron su dolor en una ceremonia, después de la alegría derrochada en su regreso a casa. Víctor Zamora es el único internado y mañana recibiría el alta.
El Campamento Esperanza luce más solitario que antes pero aún no desapareció y, a pedido de los mineros que estuvieron atascados casi 700 metros bajo tierra, ayer hubo en ese lugar un oficio presidido por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Gonzalo Duarte. La ceremonia fue de carácter privado en una carpa y asistieron algunas autoridades, los 13 mineros y sus familiares.
"Quería volver acá y conocer, porque esto ahora es realmente una ciudad muy diferente", comentó Jorge Galleguillos. Lo acompañaron los mineros Daniel Herrera, Carlos Mamani, Pablo Rojas, Claudio Yáñez, Juan Aguilar, Luis Urzúa, Esteban Rojas, Jimmy Sánchez, Darío Segovia, Alex Vega, Juan Illanes y Mario Gómez.
Otros, como Ariel Ticona, se excusaron de participar y avisaron que la noche anterior los habían recibido en su barrio con fiestas que se prolongaron hasta la madrugada.
"Vengo al infierno de nuevo, pero estamos más relajados y tranquilos. El corazón se me apretaba al llegar acá", relató Cristina Núñez. Su marido, el minero Claudio Yáñez, se mostró contento de conocer el lugar: "Es súper lindo estar acá, en algún momento pensamos que la perforadora se había echado a perder, por eso ahora estamos muy contentos de estar con vida", contó.
Juan Illanes afirmó que "no saben lo que es vivir adentro, pero quiero estar tranquilo un tiempo", y el boliviano Carlos Mamani opinó que "la familia ha sufrido porque no sabía si estábamos vivos o muertos".
"Todos sabíamos adentro lo que estaban sufriendo afuera, porque sufrían igual que nosotros, que queríamos verlos, llegar a arriba", dijo por su parte Omar Reygadas, que se encontró con el payaso Rolly, que jugaba con los niños durante la espera, y le agradeció por todo lo que hizo por sus nietos.
Como no todos los trabajadores tienen un mismo credo en la celebración también participó un pastor evangélico. Durante el oficio tres mineros tomaron la palabra: Mamani, Reygadas y el jefe Luis Urzúa, que agradecieron a Dios por el desenlace del rescate. Narraron que todos los días leían la Biblia y rezaban, y aseguraron que muchas veces sintieron que tomaban la mano de Dios.
Monseñor Gonzalo Duarte, que ofició la ceremonia, se sorprendió por el buen estado de los trabajadores. "Me llamó la atención lo bien que están física y anímicamente, allí hay algo extraordinario, yo pienso en mí mismo 70 días bajo la tierra no sé cómo estaría, y ellos están notablemente bien", estimó.
"Estuvo bien la misa, estuvo bien el reencuentro", contó el minero Claudio Acuña.
Al término de la celebración, la mayoría de los 13 que asistió prefirió hablar escuetamente y privilegió estar junto a su familia y conocer el campamento, emplazado 800 km al norte de Santiago.
"Estamos juntando las cosas para colocarlas en la camioneta", relató Omar Reygadas mientras pedía que lo dejaran estar con su familia.
Varios trabajadores hicieron lo mismo que él y, como poniendo un simbólico fin a la historia, ayudaron a su familia a desarmar las carpas antes de volver a casa.
El minero Mario Gómez recorrió el campamento junto a su familia. "Estoy muy cansada, ahora nos llevamos todas las cosas. Esperamos que ahora empiece nuestra vida... ya no doy más", dijo Liliana, su esposa.
Los familiares también comenzaron a retirar las 33 banderas -32 chilenas y una boliviana- que representaron a los trabajadores durante el tiempo que estuvieron enterrados.
"Todos sufrieron aquí afuera lo mismo que estábamos sufriendo adentro", señaló Darío Segovia. Luis Urzúa, en tanto, dijo escuetamente que "es bonito estar donde estuvieron nuestros familiares".
PROTESTAS. No todo en la jornada fue tranquila y, antes de la celebración, una veintena de trabajadores de la compañía San Esteban, dueña de la mina accidentada, se presentaron en el lugar y reclamaron por la falta de atención a los más de 300 empleados que quedaron sin trabajo después del derrumbe. "San Esteban no somos 33, somos 300", rezaba un cartel.
Sucede que durante las labores del rescate los empresarios -cuya firma está inmersa en un proceso judicial que podría terminar en quiebra- no fueron al yacimiento. No obstante, uno de los dos dueños de la minera, Alejandro Bohn, dijo que llamó al ministro de Minería, Laurence Golborne, para felicitarlo por el rescate del miércoles pasado.
Los trabajadores no pudieron llegar a la zona donde estaban los demás e hicieron silencio durante la celebración, pero retomaron sus reclamos al término de la misma.
Al grito de "ayúdennos, nosotros sacamos tierra para rescatarlos", pidieron a los 33 que los ayudaran con su demanda de que les paguen el despido. El bombero Luis Rojas contó que había hablado con Jimmy Sánchez: "Le dijimos que iban a pasar sus 5 minutos de fama e iba a tener el mismo problema que nosotros. Jimmy se comprometió a darnos su apoyo y por eso lo aplaudimos", dijo Rojas.
"Vengo al infierno de nuevo, pero estamos más relajados", declaró la esposa de Yáñez.
Cómo lograron la unión
CAOS SIN AUTORIDAD
Los primeros tres días debajo de la mina hubo anarquía y desgobierno: los trabajadores se dividieron en bandos -empleados y subcontratados-, no hubo racionamiento de agua ni de comida, dormían donde querían y usaban distintos sectores como improvisados baños.
RECAPACITACIÓN
El caos y la desorganización comenzaron a costar caro y, cuando los alimentos empezaron a escasear, dos líderes quisieron imponerse: Luis Urzúa entre los empleados y Juan Illanes entre los cinco subcontratados. Amparándose en su formación castrense, Illanes quería aplicar lo que aprendió durante el conflicto por el Canal Beagle.
ORGANIZACIÓN
Lograron la unidad al quinto día, gracias al apoyo del pastor José Henríquez, que pudo afianzar el liderazgo de Urzúa. Acordaron racionar la comida, un sistema de votación, sanciones y responsabilidades para cada uno. Urzúa montó una oficina en un camión.
AFIANZAR EL LIDERAZGO
Tras el acuerdo, Urzúa intentó infundir confianza en sus compañeros. Cuando los contactaron aún había división entre los dos grupos y el psicólogo asumió la tarea de afianzar el liderazgo de Urzúa para mantener la calma abajo. También a través de las cartas de familiares se intentó fomentar la unidad, y por este motivo las comunicaciones oficiales sólo fueron a través suyo.