Escándalos y dramas en familia

EL MERCURIO | JOSEFINA LICITRA

La única vez que estuve con Juana Viale fue hace siete años. Habíamos acordado una producción de tapa para la revista Cosmopolitan y todos en el estudio esperábamos a Juana como se espera un problema.

La chica venía precedida por su fama. Sus únicas apariciones públicas -al menos hasta 2004- habían consistido en insultos a la prensa y en la presentación de un recurso de amparo -el primero de este tipo en la historia argentina- para impedir que los medios tomaran una foto de su hija, Ámbar, a la que había parido a los 19 años. ¿Por qué daba una entrevista, entonces? Porque había empezado a actuar en un programa de ficción -la tira juvenil Costumbres argentinas- y porque a la empresa que financiaba la tira -Ideas del Sur, de Marcelo Tinelli- le interesaba que Juana hiciera una portada en una revista que no la pondría en aprietos. Pero no quedaba claro qué pensaba Juana de todo eso. Todos la esperábamos, lo dicho, como se espera un problema.

Hasta que Juana llegó. Vestía pantalón de jeans, remera y zapatillas, y llevaba el cabello recogido y el rostro sin maquillaje. Pero lo raro ni siquiera era la sencillez de su arreglo: lo raro era que sonreía, saludaba y cumplía con todos los códigos de la cortesía elemental, o sea: Juana era una chica muy normal haciendo normalmente su trabajo. Y encima era hermosa. Muy hermosa. Tenía esa clase de belleza clásica que no parece nacer del esfuerzo sino de la contemplación.

En el acto, todos quedamos conmovidos y empezamos a mirarla tontamente. Juana era un encanto. Se entregaba a las fotos con frescura y en el medio respondía preguntas que desconcertaron a nuestra editora de belleza. Juana dijo que se lavaba el cabello con jabón para la ropa. Que hacía diez años que no iba a la peluquería. Que no hacía gimnasia ("solo hago lo que me da placer", dijo). Que no usaba cremas para el cuerpo ("uso el aceite de mi hija", dijo) y que tenía un sueño: cuando Ámbar fuera más grande, quería irse con ella mochila al hombro en un viaje por América Latina. Pero, sobre todo, dijo algo que resistió al paso del tiempo.

"Desde que tengo 4 años tengo registro de estar viendo una máquina sacándome fotos", advirtió mientras la retrataban. "Siempre me molestó. No es algo que yo soporte y no sé cómo manejar el tema de los fotógrafos. Es duro. Cuando voy por la calle tengo un sexto sentido para detectarlos. A veces pienso: `Me hago la estúpida, que saquen la foto y se vayan`. Otras veces pienso: `Los mato y voy presa`. Por momentos entiendo: mi familia es muy loca. Tengo a Mirtha Legrand en mi casa, tengo a Marcela Tinayre en mi casa... Y no hay nada que pueda hacer al respecto. Pero yo tengo, y quiero tener, una vida normal. Y no puedo. Cuando me embaracé fue difícil. Llegaron a correrme bajo la lluvia para sacarme con la panza: recuerdo estar corriendo y con miedo a resbalarme y caerme. Fue espantoso. Ciertos fotógrafos hicieron mucho daño en mí, y ni siquiera se arrepintieron".

Pasaron 7 años desde aquel encuentro. En todo ese tiempo, Juana tuvo novios, dos hijos, dos maridos de hecho -nunca se casó por el civil-, y una carrera creciente en la televisión. Es decir, que Juana fue creciendo y cambiando, salvo por su problema: el problema de Juana parece seguir siendo el mismo. El último 19 de abril, una foto robada por la revista Paparazzi desencadenó una crisis familiar que incluyó una separación, un supuesto pedido de ADN por parte de Gonzalo Valenzuela, una disputa por la tenencia del hijo en común, Silvestre, una intención por parte de Valenzuela de que el niño se quede a vivir en Chile y un asedio periodístico violento que se basa en un axioma dudoso: lo que ocurre en la vía pública, es público. Y parece ser público para siempre: en el nombre de lo que no tiene retorno, desde el 19 de abril Paparazzi sigue a Juana como si fuera una sombra. Una sombra o un destino, pues Juana padece los flashes desde que tiene memoria.

duelo. Ser nieta de Mirtha Legrand, al menos en Argentina, significa algunas cosas. Mirtha fue una diva del teléfono blanco, es la estrella de cine más antigua que queda viva en el país, y es una mujer que en las últimas dos décadas se vio obligada a sumergirse en un universo que le era ajeno. Mirtha no estaba acostumbrada al cotilleo, no hablaba de su intimidad. Mirtha era un ente inalcanzable, hasta que la época cambió y el mundo del espectáculo empezó a tocarla de otro modo.

Adriana Amado, especialista en comunicación y autora del libro La mujer del medio -que analiza el lugar del género femenino en la TV- lo explica de esta forma: "Mirtha se hizo más mediática en los últimos 20 años, justamente cuando la familia empezó a cobrar protagonismo paralelo. De hecho, es recién ahora que se empieza a hablar de las infidelidades de su marido o de la homosexualidad de su hijo, temas que no eran parte de la agenda de los medios hace 20 años. No era tampoco el estilo de la prensa durante el proceso militar. El destape de la democracia coincidió con el destape de miembros de su familia que quisieron incursionar en medios por su cuenta, con mucho menos talento, pero mucha más prensa metiéndose en sus vidas".

Mirtha entendió mejor que nadie cuál era el precio de la permanencia en cámaras: además de trabajar, había que abrir el corazón en público. ¿Cuándo empezó a abrirse? Adriana Amado ubica el punto de inflexión en la llegada de Juana: "La aparición de la nieta rebelde consagra a Mirtha como abuela sufrida, lo que refuerza la identificación que muchas mujeres tienen con ella, dice. Después de varios episodios familiares trágicos, como fueron las muertes de su marido y su hijo, los fracasos de su hija y la rebeldía de su nieta, Mirtha se humanizó al punto que dejó de buscar la eterna juventud, que fue lo único que le preocupó durante muchos años, para pasar a ser la encarnación de la sensatez en ese clan".

La sensatez por un lado, y el sentimiento por otro. Mirtha lloró en cámaras la muerte de su esposo; Mirtha se peleó públicamente y en su propio programa con su propia hija; Mirtha le dijo en vivo a Valenzuela -durante una ruptura temporal que Juana y Valenzuela habían tenido en 2009- que aún lo veía enamorado de su nieta; y a fines del año pasado Mirtha le preguntó a Juana en pleno almuerzo si estaba embarazada por tercera vez.

Por este tipo de cosas, Juana siempre se resistió a ir al programa de su abuela o bien -cuando ya no había vuelta atrás- a sonreír en el programa de su abuela. Juana la pasa mal cuando almuerza con Mirtha. Cree que todo el mundo tiene derecho a comer en paz. Hay una anécdota, incluso, que explica todo lo anterior de una manera más clara: un día Juana tuvo a Mick Jagger cenando tallarines en su casa. Jagger tenía contacto con el empresario Marcos Gastaldi -entonces marido de Marcela Tinayre- y Juana era fanática de los Rolling Stones, por lo que tener a Jagger en casa era un evento. Cuando Juana lo vio, lo saludó y se fue del comedor.

-Es feo que te observen, lo sé por experiencia, explicó. Si me molesta a mí, imaginate lo que debe ser para Mick Jagger. Todos deben estar pendientes hasta de cuando va al baño. Para que no se sintiera incómodo, me fui y lo dejé comer tranquilo.

Esa, quizás, es la mayor diferencia entre Mirtha y su nieta. Donde Mirtha molesta, Juana desaparece. Donde Juana molesta, Mirtha sufre.

Los escapes del esquema que no la dejaba ser alguien normal

Juana no tiene en cuenta la mirada de los otros. Y la palabra "otros" es tan amplia que a veces, cuando todo se desmadra, incluye a las personas que Juana quiere. La libertad de esta chica es su mayor fuente de belleza, pero también de ferocidad. Siempre fue así. Y sobre esto incluso hay otra anécdota: a los 18 años, se fue con unas amigas a Australia e Indonesia, con el detalle de que apenas bajó del avión le gustó tanto el lugar que se separó del grupo y desapareció. Nadie supo más dónde encontrarla y así fueron pasando los días y llegó el momento de volver a Buenos Aires. Todas regresaron a sus casas menos Juana: ella se había quedado en algún rincón del mundo, comiendo con la mano y sin agua corriente ni energía eléctrica.

Cuando decidió volver, no se atrevió a llamar a su casa. Se contactó con Valeria Gastaldi, algo así como una hermana. "¿Qué onda en mi casa con mi desaparición?", preguntó. Valeria respondió sin eufemismos: "Tu mamá está desesperada, está por parir, volvé ya".

Juana entonces regresó.

-Si mi mamá no hubiera estado embarazada te aseguro que no volvía- dijo en aquella charla.

Juana siempre tuvo problemas con el sistema. El mediático, el familiar: el que fuere. A los 15 años, por ejemplo, abandonó la escuela elitista a la que iba y ni siquiera avisó a sus padres. Todos los días se ponía el uniforme y se iba a la casa de una amiga, y en forma paralela se anotó en una escuela pública y nocturna para dar el año libre.

Evolucionaba bien y la visitó Mirtha Legrand por la tarde

Según el parte médico emitido ayer por la tarde desde el bonaerense Sanatorio de la Trinidad, Juana Viale evolucionaba favorablemente tras la sorpresiva pérdida de su embarazo en la madrugada del miércoles. "Está en buen estado general, evolucionando en forma satisfactoria, con parámetros clínicos normales y estables", decía el informe de los médicos. "La familia reiteró su agradecimiento por el interés, preocupación y solidaridad", agregaba el comunicado. La actriz había pasado por una cesárea de urgencia luego de varias horas de contracciones y otros síntomas. La actriz estaba acompañada por su madre, Marcela Tinayre, quien volvió de urgencia desde Europa, donde la sorprendió la trágica noticia. Ayer, pasadas las 15 horas recibió la visita de Mirtha Legrand, su abuela, quien entró por la puerta trasera para esquivar las cámaras y los micrófonos.