EDWARD PIÑÓN
Un minuto fatal, eso es lo que tuvo Uruguay para no poder festejar en los 90 una victoria que hubiese sido sumamente revitalizadora del espíritu.
Un minuto fatal contra un rival de la primera línea del fútbol mundial, contra uno de esos equipos que sin ningún tipo de problema pueden llevarse la victoria de cualquier escenario del planeta.
Un minuto. Un maldito minuto, que permitió el empate de Kuyt, no parece merecer demasiado castigo y, por el contrario, debe ser interpretado como una macana. Grande, sí, pero macana al fin, que no tira por tierra el esfuerzo enorme que volvió a realizar esta fantástica generación de jugadores que dejaron en claro que están avanzando. Buscando el ritmo de alta competencia mundial.
Y ahí está la clave. Porque ayer otra vez le plantaron bandera a un encumbrado oponente que exhibió su riqueza técnica para deleite de quienes fueron al escenario para comprobar si lo que llega por televisión es auténtico.
Y quedó claro que la alta definición de la TV no miente. Holanda regó el pobre campo de juego del Centenario con sus toques, sus tacos y sus pases de 40 metros al pie de un compañero. Lujo y con mucho brillo. Pero hasta ahí. Porque les costó meterse en el patio de la Celeste.
Salvo los arranques incontrolables de Afellay, que por momentos amenazaban con destruir la protección charrúa, la eficacia del manejo del balón que tuvo la "Naranja" se diluyó en las puertas del área. Y si eso ocurrió fue porque Uruguay cerró bien los caminos para lograr que la tarea de Fernando Muslera no fuera muy intensa. Allí el papel protagónico se lo robaron Diego Godín y Martín Cáceres. Y, también hay que reconocerlo, Diego Lugano fue otro jugador después del "patadón" enorme que le dio a Van Persie. Como no le mostraron la roja, el capitán bajó un cambio y recuperó la seguridad en los cierres y en el mano a mano.
Notoriamente, el toque holandés, fomentado por la cantidad de hombres que ingresaban al terreno uruguayo, hizo que el partido se jugara con un interesante ida y vuelta. Y en ese intercambio, donde el elenco uruguayo fue más vertical y menos vistoso, hubo buenas oportunidades para la ofensiva que integraron Forlán, Cavani y Suárez. Especialmente para los últimos dos, que se movieron con inteligencia por todo el frente del ataque.
Es más, mientras Holanda tocaba y trataba de filtrarse por alguno de los dos costados, Uruguay fabricó dos o tres jugadas de alto riesgo sobre el arco de Krul.
Ojo, tampoco puede olvidarse que una bien clara, como para que los relatores se pararan a gritar el gol tuvo Afellay en sus pies. Pero Muslera lo impidió con una estupenda acción.
El partido mantuvo la intensidad pese a los cambios que hicieron los técnicos. Aunque Uruguay mejoró bastante porque Abel Hernández fue mucho más agresivo que Forlán, porque Nicolás Lodeiro al menos pidió la pelota y porque Cavani y Suárez encendieron nuevamente todos los motores.
Merced a esa mejor disposición llegó la jugada del gol. En la que participaron la "Joya", el "Nico", Cavani y, finalmente, Suárez.
El "Salta" definió con una gran tranquilidad y la alegría fue inmensa porque Uruguay se preparaba para celebrar un triunfo frente a una potencia europea y del mundo.
Pero llegó ese minuto fatal. Ese centro no interceptado por Eguren y Muslera y ese gol mortal de Kuyt para empatar a los 90.
Luego vino la definición por penales para darle una recompensa al que ejecutara mejor. Nada más que eso.
Lo interesante, más que la copa, es que Uruguay estuvo a la altura de la exigencia. Y las señales fueron muy buenas. Porque nadie puede perder de vista que el rival que estuvo enfrente es de enorme peso.
Las cifras
3 goles le ha convertido Uruguay a Holanda en el ciclo Tabárez. Anotaron Forlán, el "Mono" y Suárez.
11 partidos sin derrota ya lleva Holanda. Tras la final del Mundial ganó ocho e igualó tres cotejos.
Las estrellas
L. Suárez
Cuidó la pelota, metió desbordes, dio pases de gol y concretó. Figura.
I. Afellay
Cuando le dieron el balón desarmó al fondo celeste con piques y quiebres.
D. Godín
Resolvió con clase los intentos holandeses por darle profundidad a su juego.