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En la vida se actúa por convicciones. En la política también. Nadie debe hacer lo que piensa que está mal y nadie debe dejar de hacer lo que piensa que está bien. Obvio que hay límites: la Constitución, las leyes, el derecho de los demás y hasta la ética de la responsabilidad. Pero, en el resto, se debe ser honesto y actuar según sus certezas, sin doble discurso y mucho menos sin incurrir en la farsa de decir una cosa y proceder de manera contraria. Desprestigian la actividad política.

Lamentablemente en los últimos tiempos se ha puesto de moda entre los legisladores, cuando se trata de temas trascendentales para la institucionalidad del país o la sociedad, salir a marcar públicamente posición, para luego recular en forma alevosa invocando una mal entendida "disciplina partidaria". El discurso para los ciudadanos es "estoy a favor (o en contra) de la anulación de la ley de Caducidad o de la despenalización del aborto (que han sido los episodios más emblemáticos de esta nueva moda). Voy a fijar mi posición en sala y luego me retiro porque mi partido o mi grupo político piensan lo contrario. Entra mi suplente y va a votar lo contrario de lo que pienso yo". Dicen una cosa, pero en los hechos votan por la otra. Quieren quedar bien con Dios y con el Diablo, pero en realidad lo que hacen es dejar una imagen personal espantosa, frágil y acomodaticia. Como decía John Kennedy (Perfiles de Coraje), temen que "sus electores, al igual que el cuervo en el poema de Poe, están encaramados allí en su bufete del senado, graznando `nunca más` mientras él emite su voto" y entonces apelan a la hipocresía del doble discurso para salvar su futuro político y también para ¿acallar? sus conciencias de chicle.

Allí surgen algunas cuestiones que van desde la ética a la pequeña política. Cuando un ciudadano es elegido representante nacional y como tal integra el Poder Legislativo, ¿debe actuar conforme a los dictados de su conciencia o quedar encorsetado por las decisiones partidarias que lo acotan, lo empaquetan y lo convierten solo en un voto más de lo que quiere su mayoría? ¿Tiene individualidad o solo es parte de un todo que piensa y decide por él? El compromiso que asume al ocupar su banca ¿es con la nación o con su colectividad política? ¿ Primero está el país o su partido? Los senadores y diputados (los ciudadanos también) saben las respuestas, pero no siempre ni todos las respetan.

En la ley de Caducidad lo que estaba en juego no era la pretensión punitiva del Estado ni la posición de la Corte Interamericana. Era saber si una mayoría parlamentaria (o mejor dicho, un Plenario que el pueblo no eligió) podía doblegar la voluntad del soberano, expresada por dos veces en libérrimos plebiscitos. De todos los que hablaron y dijeron que eso no se podía hacer (podríamos citar a Mujica, Astori, Nin Novoa, Fernández Huidobro, Jorge Saravia y Víctor Semproni), solo Saravia cumplió a cabalidad con su palabras y sus convicciones; Semproni lo hizo en primera instancia, pero luego no aguantó la presión y el resto se fue a baraja, con más o menos ruido y la esperanza de la desmemoria del pueblo.

Ahora fue con la despenalización del aborto, decidir sobre las consecuencias de la interrupción voluntaria de la vida. ¿Puede ser eso un asunto político o es un tema de conciencia -y como tal, innegociable- de los legisladores? Y si alguien decide que es asunto político, ¿se acata y se piensa que refunfuñar es suficiente para marcar la discrepancia? Andrés Lima, diputado del FA, dijo que estaba en contra y no votó. Perfecto. Su compañero Darío Pérez habló en contra de la ley, pero de inmediato se levantó, dejó la sala y permitió que ingresara su suplente para votar a favor. El colorado Fernándo Amado habló a favor de la ley, pero de inmediato se levantó, dejó la sala y permitió que ingresara su suplente para votar en contra. Pérez y Amado, como antes Mujica, Astori, Nin y Huidobro ¿a quién creen que engañaron? ¿Qué tienen que pensar de ellos los ciudadanos? Nada bueno, por cierto.

Otro punto, que no es menor. ¿Todos los legisladores frentistas están de acuerdo con las gestiones ministeriales de Almagro y Venegas, por ejemplo? No creemos que sea así, pero por más que Sergio Abreu haya hecho trizas al Canciller en la interpelación, nadie en ese partido demuestra siquiera un poco de vergüenza y, en cambio, permiten que siga en el ministerio.

No hay dudas. El miedo al "nunca más" es más fuerte que la fuerza de sus convicciones y la responsabilidad que asumieron al ocupar sus cargos. Les quedan grandes.

El País Digital

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