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"Nihil novum sub sole"

07/02/2003 - EDITORIAL EL PAÍS


LAS alternativas del proceso electoral argentino van de lo desagradable a lo insólito. En este último aspecto, la presencia del presidente Duhalde en el despacho de la jueza de elecciones Servini de Cubría para entregarle de mano propia un escrito en el que pide "certidumbre" en cuanto a la realización de los comicios ha atravesado la barrera del sonido en cuanto avasallamiento sin piedad del principio de separación de poderes. Argentina padece de hiperpresidencialismo, se ha dicho y con razón. El ruido suena precisamente en la durísima interna entre Duhalde y Menem, pero quizá peor sea lo que no hace ruido. Nos referimos al descreimiento popular generalizado que se exterioriza en los más que escasos porcentajes de intención de voto que se alinean detrás de cada uno de los candidatos presidenciales. Es que son "candidatos del pasado", como lo señala bajo ese título un estupendo editorial de nuestro colega "La Nación", en su edición del 26 de enero. Allí se empieza denunciando que en los últimos tiempos distintos funcionarios han agotado a sus auditorios con frases encendidas que invitan "a pulverizar la corrupción", a "investigar hechos ilícitos hasta sus últimas consecuencias" o apelando a la "renovación". Y de todo ello lo que queda es que el desbordante despliegue de energía dialéctica se agota en sí mismo aumentando el desaliento y condenando a la inacción.

DE hecho la ciudadanía sabe que los postulantes son los mismos de siempre y que lo que están buscando es neutralizar las demandas sociales para que modifiquen sus prácticas viciadas sin que en definitiva nada cambie, con lo cual ellos, los de siempre, mantendrán su lógica funcional y sus privilegios. No hay pues renovación alguna, no hay dirigentes nuevos con ideas y prácticas modernas, con equipos de técnicos capacitados para gestionar la administración pública y proponer alternativas capaces de resolver los problemas actuales y proveer soluciones que inserten al país en un sendero de crecimiento y de desarrollo. Nadie cede lugar a quienes puedan emprender un debate de ideas del que surjan consensos sociales amplios que puedan traducirse en auténticas políticas de Estado. Lo que se denomina "la vieja política" no guarda necesariamente relación con esta cuestión generacional. Duhalde es más joven que Alfonsín y Moreau es de otra generación que la de Menem, pero todos se necesitan mutuamente.

SI la renovación está en las ideas, mucho más debería estarlo en los hábitos que establecen los padrones del comportamiento político. Y estos, transformados ya en vicios que se consideran hasta naturales por su reiteración constante, pasan a ser defendidos corporativamente por los de toda la vida. Y así se repiten de continuo fenómenos como el clientelismo, los subsidios para los amigos, las contrataciones espurias, los créditos irregulares concedidos por la banca estatal y otras irregularidades. El editorial que comentamos culmina advirtiendo para que nadie se llame a engaño. La "vieja política" ha muerto y la escalada de corrupción política —que se admite no hubiera sido posible sin cierta complicidad de parte de la sociedad— más la crisis de confianza y representatividad del dirigente político le han extendido el certificado de defunción. Pero las consecuencias de esa "vieja política" siguen latentes en el conjunto de candidatos del pasado que no muestran nada nuevo bajo el sol a un electorado sediento de renovación en los hechos y no de las palabras.

CON un enfoque distinto pero llegando a conclusiones compatibles, el politólogo José Nun comentaba en Clarín del 20 de enero que la conflictividad social del país se va a intensificar con el proceso electoral. A su entender, la democracia representativa es concebida como un sistema de equilibrio posible. Así, darle a la gente la válvula de escape de depositar un voto "que le saque su bronca hacia afuera" en los hechos es asegurar que los que están arriba sigan allí y los que están abajo, que cada vez son más, también.

Es cierto que los problemas argentinos tiene otra dimensión que los nuestros, pero algo hay que hoy parece ser denominador común entre ambas sociedades civiles y que es un fenómeno que tiene proyección universal. Es que con diferentes grados de intensidad se nota en la gente hartazgo por la política, limitándose a observar los procesos electorales con sensación de ajenidad, como si fuera cuestión de otros, sin sentir la necesidad de participar.

POR poner un ejemplo reciente, Israel en las últimas elecciones tuvo un récord de abstencionismo. También son elocuentes los últimos comicios para cargos legislativos y de gobernador en Argentina. Por ello en esa necesidad de renovación de candidaturas y de dirigentes políticos, lo que va en juego no es poca cosa desde que se trata de la suerte de la democracia representativa en plazos muchos más breves de los que muchos creen. Esto entre nosotros, por cierto que no lo va a cambiar un posible gobierno frenteamplista, pues la izquierda es la menos capacitada para tomar perspectiva del problema.

La palabra la tienen los que la tuvieron siempre, para quienes renovarse —pero de verdad— será vivir.

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