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Una campaña sin debate

Hace 14 años fue una silla que Carlos Menem dejó vacía. En 1999, Fernando de la Rúa suspendió una cita pactada para confrontar con su rival Eduardo Duhalde. Esta vez, casi todo el pelotón de candidatos presidenciales coincidió en el rechazo tajante a cualquier posibilidad de organizar un debate público de propuestas e ideas antes de las elecciones del domingo 27.
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Las razones de que no exista una instancia que es casi obligada en los países desarrollados (y que se cumple con frecuencia en América latina) varían desde el enfrentamiento personal entre algunos de los postulantes hasta el temor por cometer en cámara un error inesperado que condene una campaña al fracaso.
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Sólo Ricardo López Murphy ha batallado en los últimos días por enfrentarse cara a cara con sus competidores. Lo hizo, eso sí, con la convicción de que sería imposible lograrlo: hace semanas fracasaron los intentos concretos por organizar un debate de varios medios de comunicación y las consultas informales realizados por entidades no gubernamentales (como el Diálogo Argentino, por ejemplo).
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"Este es el único país en que los candidatos se niegan a debatir: es un país que está enfermo culturalmente. Es indignante la hipocresía de un político que no acepta discutir sus planes", se quejó López Murphy.
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El reto tuvo poco eco. "Mejor que un debate son las propuestas que se hacen. No se gobierna debatiendo. Lo importante es presentar proyectos y tener la capacidad para ejecutarlos", sostuvo Alberto Kohan, jefe de la campaña menemista.
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Otros de los asesores del ex presidente apelaron al argumento que frustró prácticas de este tipo en las últimas décadas: "El que va primero no debate".
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Una respuesta similar se escuchó en el comando de campaña de Néstor Kirchner. "No necesitamos exponernos a eso. No es serio que nos pongamos a discutir al aire con Menem. ¿Qué ganaríamos?", indicó un cercano colaborador del gobernador de Santa Cruz.
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Elisa Carrió tampoco aceptaría enfrentarse a Menem cara a cara. "Yo con mafiosos no debato. No tengo nada que hablar con Menem. Con cualquier otro de mis rivales, sería cuestión de ver bajo qué reglas sería la discusión", explicó.
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Menos terminante fue Adolfo Rodríguez Saá. Según su asesor Luis Lusquiños, nunca se negó a confrontar propuestas, pese a que tampoco presionó para que eso ocurriera. "Hubo varios intentos para juntar a los candidatos. Nosotros no dijimos que no, pero no parece haber voluntad en el resto", afirmó.
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Historia de frustraciones
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En mayo de 1989, por primera vez en 60 años, la Argentina elegiría un presidente por segunda vez consecutiva. El radical Eduardo Angeloz ensayó una de sus últimas jugadas para alcanzar a Menem, líder en las encuestas, durante el programa "Tiempo nuevo", que conducía Bernardo Neustadt. "Estoy dispuesto a debatir donde quiera y como quiera", dijo Angeloz, con la mirada fija en la cámara.
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Una semana antes de la elección, los dos rivales acordaron encontrarse en el mismo espacio televisivo. Angeloz llegó temprano al set, pero Menem faltó sin aviso.
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La imagen de la "silla vacía" ocupó los anuncios televisivos con que la UCR bombardeó a la audiencia los últimos días. No sirvió para revertir la previsible derrota de Angeloz.
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De la Rúa, una década después, se negó a debatir con Duhalde y con Domingo Cavallo en el canal TN, pese a que se había alcanzado un preacuerdo entre los jefes de campaña para hacerlo el 6 de octubre (18 días antes de la elección).
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"Duhalde va. Cavallo quiere ir. ¿Y De la Rúa?", fue la frase que usó el actual presidente en un spot de final de campaña, que tampoco cambió la tendencia predominante.
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Esos resultados parecen dar la razón a quienes creen que los favoritos no deben debatir. Sin embargo, líderes políticos de otros países han ignorado esos cálculos sin perder puntos.
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Lula corrió el riesgo
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Luiz Inacio Lula da Silva dio el ejemplo más cercano. El 8 de agosto pasado, cuando las encuestas lo mostraban como líder cómodo, aceptó la convocatoria de la cadena Bandeirantes para discutir con sus tres competidores más cercanos. Casi todos los medios brasileños coincidieron en que la imagen que dio en esa transmisión apuntaló su camino exitoso hacia Planalto.
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En los Estados Unidos, debatir es una obligación para los candidatos presidenciales con más del 15 por ciento de intención de voto.
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La Comisión de Debates Presidenciales, ente no gubernamental fundado en 1987, se encarga de organizar varios encuentros entre los postulantes antes de los comicios. George W. Bush y Al Gore protagonizaron tres choques entre marzo y noviembre de 2000.
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La expectativa de la población es tan grande cuando se televisan esas discusiones que grandes compañías, como la cervecera Anheuser-Busch, han pagado fortunas a la comisión para auspiciar en exclusiva las transmisiones.
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La costumbre se ha difundido en forma gradual en el resto de América.
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Atractivos y polémicos debates sacudieron los tramos finales de las últimas campañas presidenciales en México, Chile, Perú y Colombia, en general promovidos por entidades cívicas sin fines de lucro.
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Por Martín Rodríguez Yebra
De la Redacción de LA NACION
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Los segundos aceptaron
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El debate que rehusaron los principales candidatos presidenciales sí lo dieron sus compañeros de fórmula y sus referentes en materia económica.
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Los peronistas Néstor Kirchner, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá y los ex radicales Elisa Carrió y Ricardo López Murphy no se sentaron nunca frente a frente para confrontar sus planes de gobierno.
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En su lugar, a pedido de varios medios (incluido LA NACION) y algunas universidades y fundaciones, los candidatos a vicepresidente que los acompañan, Daniel Scioli, Juan Carlos Romero, Melchor Posse, Gustavo Gutiérrez y Ricardo Gómez Diez, respectivamente, aceptaron compartir una mesa para explicar algunas de sus principales propuestas.
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No hubo, sin embargo, en ninguno de esos debates importantes cruces entre los postulantes, que se limitaron a exponer sus puntos de vista y evitaron las confrontaciones.
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Convocados por distintas entidades, los economistas José María Las Heras, Pablo Rojo, Pablo Challú, Rubén Lo Vuolo y Manuel Solanet también expusieron las medidas que tomaría cada uno para salir de la crisis

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