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Especiales - Irak - EE.UU
 
   

"No pensé que la historia se repetiría"

J. Jaime Hernández/Enviado
El Universal

Silopi, frontera turco-iraquí. La primera oleada de refugiados iraquíes se muerden los puños. No tienen a dónde ir, ni dinero para pagar un viaje al extranjero. Su imagen es la misma de otras guerras.

Ojos hundidos, manos ateridas de frío, pies llenos de barro y dientes castañeando el rumor de una desgracia que se antoja eterna en este triángulo fronterizo de infame memoria: "No pensé que la historia se volvería a repetir. Pero ya ve. Siempre pagamos los de siempre", dice Ergud Tahid, un refugiado kurdo que acaba de llegar a la frontera turca. Viene con el rostro hecho un cisco. Una tormenta de agua helada y barro le ha sorprendido mientras escapaba con su familia a través de la ruta de Dohuk, huyendo de la amenaza de guerra.

Su mujer y sus hijos lucen exhaustos después de pasar por un largo rosario de controles militares y soldados que les miran con desprecio e indiferencia. Ellos forman parte del largo éxodo que hoy afecta a poco más de medio millón de personas que buscan refugio en las montañas o en los refugios instalados a lo largo de las fronteras con Turquía, Siria e Irán.

Para todos ellos, la protección de la guerrilla peshmerga al norte de Irak no es suficiente. Además desconfían del despliegue de las más de 60 mil tropas de Estados Unidos que podrían entrar en acción desde este frente norte.

"Mis hijos lloran y corren cuando han visto a los estadounidenses. Les tienen miedo. Nunca han visto a uno y no saben con qué intenciones vienen", me dice el hombre para referirse al grupo de asesores del ejército de Estados Unidos que ya operan dentro de territorio iraquí como parte de una avanzada que intentará hacerse con el control de los pozos petroleros de Kirkuk y Erbil.

Cientos de miles de refugiados viven hoy una pesadilla. Una tormenta helada les ha sorprendido en buena parte del norte, mientras trataban de encontrar una vía de escape. Su viaje se ha iniciado a la altura de Mosul y Kirkuk bajo la mirada de los guerrilleros kurdos que les cubren la retirada mientras huyen a lomos de mula, en bicicletas atiborradas de mantas y cajas de cartón o en carretas tiradas por tractores.

"La situación se ha agravado porque la ONU ha tenido que retirar a su personal de Irak y tratar de coordinar las acciones de refugio en las fronteras de Irán, Siria, Jordania y Turquía que siempre han sido muy complicadas", reconoce un funcionario de la ONU que ha llegado para supervisar las labores de asistencia en este triángulo fronterizo de reputación incendiaria.

Su llegada a las zonas fronterizas no siempre es bienvenida. Su presencia despierta menos simpatías que las de los soldados americanos, a quienes los comerciantes y hombres de negocios esperan con los brazos abiertos. Como Eric Tacboran, un modesto comerciante de teléfonos que ha incorporado a su vitrina de mercancías algunos de los últimos modelos de máscaras antigás. O como Naazee Herid, un comerciante de alfombras y camisetas que ofrecen la bandera turca y americana en el pecho y las instrucciones de auxilio que llevan los marines americanos en sus mochilas y enseres personales.

Las noticias que dan cuenta de 34 barcos de guerra estacionados en el Mediterráneo, con miles de soldados estadounidenses que podrían desembarcar en suelo turco en el curso de las próximas horas, han sido recibidas con reacciones dispares por una población que estos días vive presa de sentimientos encontrados a favor y en contra de la guerra.

"No nos gusta la guerra. Pero tampoco Saddam Hussein. No queremos que muera gente en Irak. Pero queremos que las cosas se resuelvan de una vez por todas", me suelta Hamid K., un hombre que ha sido llevado a la ruina tras el cierre de fronteras entre Irak y Turquía.

Una cosa tienen en común los habitantes de esta zona norte de Irak. Desde hace casi una semana, todos ellos miran el cielo por las noches para ver si acaso observan el paso de los aviones de combate estadounidenses: "Han dicho que el ataque se producirá con luna llena. Y mire hoy tenemos luna llena", me dice un parroquiano que bebe té mientras juega al backgamon.

Cuando se les pregunta sobre las implicaciones de la guerra o las zonas que estarán bajo mayor riesgo, la mayoría de los habitantes de esta volátil zona prefiere callar. Prefieren no saber cuántos muertos se producirán en Erbil y Kirkuk, en donde las Guardias Republicanas de Saddam Hussein han cavado fosos profundos y trincheras para defender los estratégicos campos de petróleo.

Y nadie quiere hablar, mucho menos, del riesgo de un estallido de violencia entre las guerrillas de la peshmerga y las tropas turcas que resguardan la frontera para evitar que, tras esta guerra largamente anunciada, la tentación de promulgar la creación de un Estado turco encienda la mecha de una guerra civil.

Precisamente, el miedo a una guerra entre el Ejército turco y la guerrilla kurda obligaba hoy a los representantes de Estados Unidos, Turquía y los máximos dirigentes del Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) a definir al más mínimo detalle las zonas de influencia de cada cual en una "guerra de liberación" que podría revertirse contra sus principales promotores. A lo largo de este cónclave, al que han acudido una nutrida delegación de Estados Unidos, Turquía y las distintas facciones kurdas, la misión de tomar por asalto los campos petroleros de Kirkuk y Erbil ha quedado bajo la responsabilidad de las tropas estadounidenses.

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