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Especiales - Irak - EE.UU
 
   

Saddam no vale una guerra

Tres historias que muestran cómo los pobladores iraquíes pueden estar a favor o en contra del régimen de Hussein, y sin embargo, coinciden en una sola cosa: que acabe la guerra

Ammán. (Por PATRICIA CASTRO OBANDO Enviada Especial de El Comercio de Lima, Grupo de Diarios América).- Tareq Ayyoub dejó Mosul la noche en que un kurdo le robó su mujer. Se fue a la capital donde nadie lo conocía. Muchos años después abandonó el país tras la sublevación del Kurdistán en el Norte. Si un kurdo se había llevado a su esposa, dos kurdos tomarían su casa y tres kurdos, probablemente, su vida. Se marchó de Iraq con su familia rumbo a Jordania sin tener espacio para odiar a Saddam Hussein. Su rencor era para los kurdos rebeldes.

Desde entonces ha estado lo más lejos posible de la política y de los kurdos. Se ha vuelto un simple mercader, admite. Pero cuando alguien insiste en hablar de tiranos o malvados, saca debajo de la manga su única reflexión: Si es cierto que existe un vínculo entre Saddam y Osama Bin Laden. Ambos fueron creados y financiados por los americanos, concluye.

Tareq afirma que los iraquíes son expertos en manejar la tragedia. Que se han educado en la guerra. Que si los bombardean por las noches, a la mañana siguiente, salen como si nada, a buscar el periódico.

Por gusto levantan tantas carpas en la frontera. Los iraquíes no van correr despavoridos rumbo a la nada, prefieren quedarse bajo techo bombardeado. Todos sabemos que hasta las bombas se acaban. Nabeel Haddad vivía tranquilo en Bagdad hasta que apareció el Internet y recién supo que existían otros mundos por explorar. Logró obtener una beca en la Universidad de Ammán y cruzó la frontera persiguiendo su acceso a la red. En Bagdad, tener correo electrónico es un privilegio de las autoridades iraquíes. Sin embargo, los estudios que recibió en Iraq son tan sólidos que le permitieron distinguirse del resto de sus compañeros, mantener la beca y visitar con frecuencias las cabinas de Internet en Ammán.

Mi familia que vive en Bagdad me ha mandado a decir con unos parientes que todos están bien y que no vuelva. Que esta guerra acabará pronto, cambiará el régimen, pero vendrán otras, hasta que el petróleo que hay en el territorio finalmente se acabe, explica Nabeel.

Por momentos, se muestra distante y descubre su profundo resentimiento disfrazado de no me importa lo que pase allá, yo estoy aquí. Ahora nos bombardean y después nos mandarán dinero para la reconstrucción del país. Me pregunto cómo harán para resucitar a los muertos.

Wael Sabri nació en Al Ramadi pero decidió no morir allí. Llegó como tantos iraquíes a Jordania en busca de un trabajo en la rama de la construcción. Explica que los iraquíes son especialistas en construir porque la historia se ha empeñado en derribarles el futuro. Es otro ilegal más en Ammán que tiene que esquivar a la policía jordana y a los infiltrados de Saddam. Aquí lo llaman delincuente, allá lo consideran un traidor.

Se fue del país porque un militar empezó a sospechar de su lealtad al gobierno. No estaba equivocado. Ahora, dice que no sabe adónde ir, aunque le gustaría recibir una visa para marcharse a un lugar extraño. Por eso, se atreve a dar la cara, y le dice a la prensa china, a la estadounidense o a la española, lo que cada quién desea oír de la guerra. Estoy contra Saddam porque castiga a los iraquíes, y a los cinco minutos, a la vuelta de la esquina, con otros entrevistadores repite en medio de la calle: Saddam es un valiente que ha enfrentado a los yanquis. Dice que el dictador no tiene críticos porque los ha matado a todos. Sentado en la vereda, lejos de las cámaras de televisión y también de su visa, repite con otras palabras lo mismo que la mayoría de los iraquíes en Jordania piensan de esta guerra:


"Saddam nos ha quitado mucho, hace tiempo debería estar muerto. Pero el pueblo no tiene la culpa que siga vivo. Por matar a uno solo acabarán con todos".

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