En
Basora, donde el horror gana la batalla
Por Elisabetta
Piqué
Enviada especial
PUENTE DE BASORA, Irak.- Noticias de muerte, sed y hambre traen los desesperados
en fuga de Basora, la "capital" del sur de Irak, donde todavía
se combate y que se ha convertido en una verdadera pesadilla para las
fuerzas anglo-norteamericanas.
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Son miles los que escapan -más de 13.000 en las últimas
48 horas- y de lejos, desde el último check point antes de la línea
del frente, parecen grupos de hormigas que avanzan lentamente sobre el
asfalto. En una escalofriante escena de éxodo, una columna de humo
gris les hace de telón de fondo.
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En fuga para salvar sus vidas, los desesperados de Basora, la segunda
ciudad de Irak que la coalición pensaba tomar sin un disparo, hablan
de un baño de sangre. "Son demasiados los muertos, es imposible
contarlos", dice Abdul, un joven vestido con una roñosa remera
blanca y un par de pantalones deshilachados, que avanza con una bolsa
de plástico en la mano, en uno de los grupos que caminaron durante
horas para escapar del infierno.
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"Mi tío murió en el bombardeo de la Southern Oil Company",
afirma Kerim con los ojos aún llenos de espanto, que habla gesticulando
como un loco. "Estábamos seguros de que nadie jamás
habría tocado la mayor compañía petrolífera
del sur, y por esto después de las primeras bombas muchos civiles
se refugiaron allí. Después, irrumpieron los iraquíes,
y los civiles quedaron en el medio", agrega, al detallar que en ese
complejo además había 50 casas, donde vivían 75 empleados.
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Confirmando la exitosa táctica utilizada hasta ahora por los incondicionales
de Saddam, los exponentes del partido Baath y de la Guardia Republicana,
todos los que huyen de la ciudad en llamas denuncian que los "militares
iraquíes se posicionaron en áreas civiles" del centro
de la ciudad, arrastrando a las fuerzas invasoras en un imposible combate
urbano, de guerra de guerrilla.
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"Las fuerzas iraquíes están disparando contra los civiles
porque los dejaron en medio de los combates", explican quienes huyen.
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Como Belfast
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"Basora es como Belfast, bolsones de resistencia por todos lados,
y hará falta tiempo", admitía ayer el general Tommy
Franks, el hombre que dirige esta guerra. Y ese Belfast iraquí
queda a dos kilómetros de aquí, apenas se supera este puente,
donde hay una ciudad aún para conquistar. Ninguno de los fugitivos,
en efecto, habla de soldados ingleses o norteamericanos por las calles
de Basora, lo que significa que el asedio continúa y que la población
se encuentra entre dos fuegos.
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Así, según cuenta la gente, no hubo ninguna revuelta de
tipo político en la ciudad -de mayoría chiita en contra
de los vértices del partido Baath-, como había trascendido,
sino que de repente los civiles se cansaron de ser utilizados como escudos
humanos.
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"Los bolsones de resistencia más duros están principalmente
en el norte, en los barrios de Al-Ashel y de Al-Guzaizi", afirma
un hombre vestido con la kefia a cuadros, que muestra una receta médica
que jamás pudo conseguir para su asma, "porque no funciona
ningún hospital".
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"Esta es una emergencia humanitaria. En el centro de Basora hay muchos
combates, no hay agua ni electricidad y mi bebe no come desde hace dos
días", denuncia Jamel, que llega con Mustafá en brazos,
un bebe mocoso y harapiento. Trabajador portuario en Umm Qasr, Jamel,
su esposa y sus siete hijos, hace una semana, cuando empezó la
guerra, se fueron caminando hasta Basora porque pensaron que sería
un lugar más seguro.
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Ahora, extenuados por el terror, desnutridos y deshidratados, harán
el camino inverso. "¿Qué podemos hacer? No nos queda
otra alternativa", comenta a LA NACION Zahida, la mujer de Jamel,
vestida de negro de pies a cabeza, como todas las mujeres chiitas, y resignada
con fatalismo a un destino durísimo.
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Los que quieren volver
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Si de Basora llegan hasta el último check point inglés miles
de desesperados que quieren escapar de una ciudad donde se combate casa
por casa, de este lado también hay unos trecientos iraquíes
que esperan en cuclillas entrar.
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Se trata de los que no estaban en la ciudad cuando estalló la guerra
y que ahora, con tantas noticias de destrucción y muerte, quieren
volver para poner a salvo a sus familias o saber algo de ellas.
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"Por favor, pídale a los soldados ingleses que me dejen ir
a Basora. Hace siete días que duermo aquí, a la intemperie,
esperando que me permitan cruzar el puente. Me fui a visitar a mi abuela
a Zubair y nunca más pude volver. Necesito ver a mi familia, no
sé nada de ellos", grita Firas, un estudiante de inglés
de 24 años.
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Más allá de los ruegos, los efectivos británicos
de los "desert rats" que controlan el último check point
son intransigentes.
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"Push on, push on" , gritan para exigirle que avance a la multitud
que se amontona ante los dos tanques cruzados sobre la ruta, virtual barrera,
con sus bayonetas puestas en la punta de las metralletas SA80.
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Sólo después del mediodía los ingleses comienzan
a dejar pasar a unos pocos, después de controles rigurosísimos.
A los periodistas directamente les cierran el camino. "Todavía
es demasiado peligroso ir a Basora", dice el mayor Davies.
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"Por favor déjenme llevar estos tomates a los chicos de Basora,
que se están muriendo de hambre", grita un señor de
barba, señalando unos cajones de tomates que se están pudriendo
al sol desde hace dos días.
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Bandera blanca en mano, dish-dasha (túnica) beige, Abud Ahmed Aballam
también está furioso. No sabe nada de su mujer y sus cuatro
hijos que están en Basora desde hace siete días, porque
es pescador de profesión y se fue al mar, y está desesperado.
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"¿Qué hicimos para merecernos esto? -se pregunta-.
No nos gusta Saddam, pero tampoco nos gusta que nos hagan esto."
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