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"Saddam, adiós para siempre"Por Elisabetta
Piqué BASORA.- "¿Saddam murió? ¿Lo mataron a Saddam?". La noticia de la caída de Bagdad no conmueve a la gente de Basora, la segunda ciudad más importante de Irak donde el vacío de poder es cada vez más grande, y donde nadie cree que Saddam ya no está en el poder. "Hasta que no veamos su cadáver, no vamos a confiar en nadie", dice Abdul, que expresa el sentimiento generalizado de una población harta de tánta guerra, y aterrada tras vivir más de dos décadas bajo el yugo de una dictadura despiadada. "¿Saddam está muerto, o logró meterse en algunos de sus cientos de escondites secretos?", pregunta una y otra vez Abdul, como si la toma de Bagdad por los marines norteamerianos fuera algo secundario. La noticia de la liberación de Bagdad llega mientras estamos visitando el cuartel general de la policía secreta de esta ciudad, la virtual "gestapo" iraquí. Se trata de sitio símbolo de la represión, tan macabro que la gente solía llamarla "El león blanco", por el color del edificio y porque de ahí nunca más volvieron centeneres de detenidos, "como si se las hubiera tragado un león hambriento". En el segundo día de liberación, otro día de anarquía pese a la presencia de tanques británicos en las calles, mientras el termómetro ha superado los 40 grados centígrados -un calor insoportable-, en el centro de la represión del régimen está lleno de gente. Hay opositores políticos que han vuelto a buscar a sus seres queridos desaparecidos en la nada, buscando frenéticamente alguna noticia en documentos y archivos que la policía de Saddam guardaba, hombres que quieren ver si aún hay gente en las cárceles subterráneas del lugar, otros que buscan saber algo de sus compañeros de celda, también curiosos, y los ya conocidos "alí babá", como llaman a aquí a los ladrones, saqueadores que aprovechan de la anarquía para llevarse lo que pueden en medio del descontrol. Aunque la mayoría todavía tiene miedo de decir su nombre, todos quieren contar su historia, todos quieren gritarle al mundo el horror que han vivido, mostrar las heridas de tortura que les ha dejado el régimen de Saddam. El "león blanco", ahora sin dientes, está totalmente destruido. Todavía se respira el humo del incendio que se llevó buena parte de los cuatro pisos del edifico símbolo de la brutalidad del régimen. La entrada ya no existe, hay que trepar sobre un montículo de escombros que se formó al lado de un inmenso crater para ingresar al lugar, donde hay vidrios rotos, cables de la electricidad que cuelgan de los techos desventrados, documentos tirados por todos lados, papeles, archivos, cintas de cassettes, carpetas ennegrecidas, devastación. "Yo estuve once meses acá", grita Hamid, un joven en túnica gris que dice que fue arrestado sólo porque pensaban que era amigo de un opositor político. "Me torturaron, y me daban de comer sólo un pedazo de pan por día", agrega mientras nos muestra una seria de celdas de tres metros por uno, con una letrina en el fondo. "Nos ponían de a diez ahí adentro", denuncia, tirándose al piso y mimando cómo lo ataban con esposas a un caño que corre paralelo a la pared, a la altura de los tobillos. Otro hombre de barba negra, sin embargo, cuenta que ése era un servicio de primera clase: "las familias pagaban para que sus familiares estuvieran allí. Pero venga a ver dónde estuvo por cinco años mi hermano, que murió porque como todos los que pasaron por aquí, se enfermó y enloqueció", asegura, invitándonos a cruzar un patio donde hay personas con rostros desencajados que indican que bajo tierra hay calabozos subterráneos donde podría haber gente muerta. Como el intérprete no da abasto, le resulta imposible expresar en palabras tánto horror, algunos jóvenes deciden contarlo con mímica: se ponen en cuclillas con los pies atados como si fueran pollos, se bendan los ojos, se ponen debajo de los brazos barras de hierro. "Así nos colgaban de unos ganchos, y después nos pegaban", dicen, mostrando una maza de madera aún manchada con sangre. Metros más adelante, en otro pabellón encontramos los calabozos para los detenidos considerados más peligrosos por la policía de Saddam. El lugar casi parece un zoológico, porque las celdas son como jaulas, color rojo. De nuevo hay gente que se pone a mimar cómo los torturaban en ese lugar, apoyándose en cruz a las jaulas, hechas con alambres enrejados por donde hacían pasar la corriente eléctrica. "En el nombre de Dios, no Dios, en el nombre de Saddam, nunca lo digas", corean los hombres, que gesticulan que ahí también se cortaban las lenguas. Las escenas de terror explican por qué la gente de Basora aún tiene miedo, y desconfía de cualquier noticia de liberación de Bagdad o de caída definitiva del régimen. "Los que cuentan son Saddam y sus dos hijos, y los queremos ver muertos. Saddam es un asesino, tiene muchísimos lugares para esconderse, y si vuelve mata a la mitad de los iraquíes", dice un hombre de bigote que habla inglés, que dice ser un doctor, pero que tampoco quiere dar su nombre. "Es
que acá, en Basora, todos nos acordamos muy bien que en el 91,
cuando hubo una gran rebelión, todos pensamos que Saddam se había
ido, y después la coalición aliada le dejó las manos
libres para venir a reprimirnos", explica. "Hace 35 años
que no tenemos libertad", agrega, señalando un graffiti en
árabe recién pintado en una de las paredes de la casa del
horror que, según nos traduce, dice: "Saddam, adiós
para siempre". |
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