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Especiales - Irak - EE.UU
 
   

En basora gobierna el descontrol

Por Elisabetta Piqué
Enviada especial

BASORA.- Ya no está la inmensa estatua de Saddam que habíamos visto hace diez días al ingresar en Basora aún bajo fuego. Entonces, en ese cruce a dos kilómetros del puente, nos habíamos escapado de la policía iraquí que detuvo a nuestros siete colegas italianos. Es escalofriante ver los restos de esa garita maldita ennegrecidos y quemados, como todo lo que hay alrededor.
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Ya no está la estatua de Saddam -los ingleses que conquistaron la segunda ciudad más importante de Irak quieren que la gente entienda que la dictadura se acabó- y es el día de los saqueos en esta ciudad de un millón y medio de almas, finalmente liberada, pero todavía totalmente insegura.
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Al mediodía el termómetro marca 37 grados centígrados y el cielo es una densa capa gris. Huele a quemado, y lo que se respira es caos, anarquía, falta de autoridad: el desbande lógico en cualquier final de régimen.
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Aunque en las calles hay tanques ingleses de patrulla que la gente saluda levantando la mano con el pulgar para arriba y gritando "welcome", "good morning", el descontrol es total. Desde lo que era uno de los cuarteles de Saddam, se ve gente que sale llevándose ventiladores de techo, sillas de oficina con rueditas, pedazos de computadora. Un chico desdentado con un carrito tirado por un asno se lleva unas mesitas ratonas. Un grupo de mujeres vestidas de negro de pies a cabeza, según la tradición chiita, se lleva planchas de madera. Un hombre que se trepó al techo de un galpón bombardeado, martillo en mano, se lleva pedazos de chapa. Todo sirve en un país castigado por más de doce años de embargo.
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Ya no está la inmensa estatua de Saddam. Quedó solamente su pedestal, y alrededor hay carcasas de camiones, autos y tanques que también son víctimas de la rapiña generalizada. Hasta una parte cualquiera de un tanque convertido en hierros retorcidos puede servir para algo, cuando hace falta de todo.
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Le preguntamos a un joven que habla inglés qué piensa. "Este es el momento que esperábamos desde hace tiempo. Es bueno que los ingleses hayan destruido la estatua de Saddam, y que los del Partido Baath, unos insectos, se hayan ido", dice, sin querer dar su nombre, como la mayoría, porque tiene miedo.
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"Lo que no entiendo es por qué también se metieron con la universidad", agrega, señalando un edificio rodeado por tanques británicos del que sale una columna de humo negro. "No sé cuándo volveré a poder ir a estudiar, y hasta incendiaron los libros", asegura. ¿Quiénes? "Los que están saqueando, que son limitados mentalmente", contesta.
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Avanzando hacia el centro, por la calle el tránsito es casi normal -son más los autos cargados que abandonan la ciudad, que los que regresan-, se ve gente con bidones lista para recoger el agua que empiezan a traer los ingleses en camiones cisterna, y gente que saluda: " Bush, Blair, good. Saddam, no good ". Las paradas de los colectivos todavía se ven como trincheras, llenas de bolsas de arena, y entre decenas de mezquitas con cúpulas celestes hay construcciones bajas, palmeras y destrucción.
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Levantada en la milagrosa tierra donde se juntan el Tigris y el Eufrates, y en otros tiempos llamada la Venecia de Oriente por sus canales y puentes sobre el delta del Shat El Arab, en Basora no hay resabios de los lujos contados en "Las mil y una noches", que hablaban de una ciudad de poetas, místicos y matemáticos, con bazares llenos de especias venidas de Oriente. Basora es una ciudad desolada, golpeada por las guerras que vivió en los últimos veinte años, donde sólo quedaron canales con olor nauseabundo.
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Gente enloquecida
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"Por favor, me presta el teléfono, tengo a mi hijo en Londres y necesito comunicarme para decirle que estoy bien", pide un hombre vestido con dish-dasha , la túnica que se usa en esta parte del mundo, desesperado como muchos otros que están sin teléfono, luz y agua desde que empezó la guerra.
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En este día histórico, de supuesta "liberación", como dicen los ingleses, el clima es de confusión total en el centro de la ciudad. La muchedumbre está enloquecida: más adelante están asaltando los almacenes de comida del gobierno de Saddam.
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Los saqueadores pasan al volante de jeeps destartalados con el botín, y hombres y niños les arrojan salvajemente piedras. "¡Alí Babá, Alí Babá, son ladrones que roban nuestra comida!", gritan enfurecidos. La escena se repite, pero los militares ingleses se quedan de brazos cruzados. Cuando la situación parece salirse de control, un soldado dispara su revólver al aire, provocando una estampida generalizada.
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Segundos después, pasa un ómnibus escoltado por tanques que se lleva a decenas de malvivientes arrestados por las fuerzas británicas, y la gente aclama a los libertadores con gritos de júbilo. "¡ OK british! ¡Welcome! ¡Thank you !", gritan todos. El capitán Niall Brennan, de las Irish Guards, está en la gloria. Envuelto en su casco y chaleco antibalas, él también levanta los brazos victorioso. Probablemente se siente un héroe. En uno de los bolsillos de su uniforme salta a la vista una flor: "Me la regaló una mujer para agradecernos", dice a LA NACION.
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En el seco riachuelo con un tremendo olor a huevo podrido que corre por ahí, en medio de la inmundicia hay un inmenso retrato de Saddam. Mientras las cámaras de TV filman, la gente le tira piedras. "El también es un Alí Babá", es decir un ladrón, explica un hombre de bigote. "Todos los iraquíes les queremos agradecer a los soldados ingleses -agrega-, pero, por favor, dígales que necesitamos agua, y que todavía tenemos miedo."

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