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Especiales - Irak - EE.UU
 
   

Territorio comanche en el sur de Irak

Por Elisabetta Piqué
Enviada especial

UMM QASR, Irak.- "Pónganse el chaleco antibalas y los cascos. Si nos atacan, siéntanse libres de responder al fuego." Aunque Bagdad está rodeada, Basora finalmente ha sido tomada y el régimen de Saddam tiene los días contados, tres semanas después del comienzo de la guerra entrar en el sur de Irak es como meterse en territorio comanche.
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Antes de cruzar por tercera vez la frontera desde Kuwait -base para la invasión terrestre, y ahora para los refuerzos-, el oficial británico que lidera el convoy que nos lleva hasta este único puerto profundo de Irak da indicaciones tajantes. "Si nos atacan con misiles, tírense debajo de los autos, y si estamos en la base, pónganse al lado de las paredes", ordena con voz potente a los ochenta soldados de Su Majestad que por primera vez pisan Irak.
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Más allá de las recomendaciones, que incluyen tener siempre cerca la máscara antigás, desconfiar de los iraquíes locales por más que parezcan amistosos y no encender luces blancas por la noche para no ser detectados por fuerzas enemigas, en el día 19 de esta guerra ganada de antemano por la coalición vista su impresionante y devastadora superioridad bélica, se respira un aire más tranquilo en el sur de Irak.
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Ingresar desde Kuwait no ha sido fácil. Oficialmente la frontera está cerrada, y para los periodistas se ha vuelto cada vez más complicado sortear los check-points que hay a lo largo del camino. Gracias a un buen contacto, sin embargo, LA NACION -que como siempre comparte el vehículo con dos colegas del noticiero de TV Italia 1-, logró incorporarse a un convoy de 80 soldados británicos de la Brigada Logística 102. Un convoy muy lento: tardamos más de cinco horas para recorrer los 120 kilómetros que hay entre la inmensa base aliada de Camp Arifjand -al sur de Kuwait City- y este puerto, pero seguro, y sobre todo efectivo.
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Justo en el momento del cruce de la frontera hubo un momento de pánico: por más que nuestra camioneta Mitsubishi Pajero estaba en el medio de la columna, por supuesto llamábamos la atención. Resultaba evidente que éramos periodistas no sólo por las caras y la ropa, sino también por el portaequipajes inmenso, lleno de bidones de nafta y cajas de agua y comida. No extrañó entonces que unos policías kuwaitíes -que tienen órdenes expresas de no dejar pasar a ningún periodista que no esté "embedded", es decir, enrolado con alguna unidad del ejército- lanzaran un grito de alarma e intentaran bloquearnos. Nuestro contacto, que por supuesto no podemos nombrar, entonces intervino, y nos "limpió" el camino.
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Ante la miseria
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Entrar por tercera vez en el sur de Irak desde el comienzo de la guerra fue encontrarse nuevamente con la miseria, interpretada por niños descalzos que saludan sonrientes a los extranjeros pidiendo lo que no tienen, con gestos o en un inglés de frases básicas, recién aprendidas: "Give me, mister, give me", "food", "water" o "I love you".
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Parecería que todo sigue como antes, hasta que vemos a un joven que exhibe victoriosamente una botella de un litro y medio de agua, para venderla a un par de dólares: "Ya nadie quiere aquí los billetes con la cara de Saddam", explica un intérprete libanés que viaja en el convoy.
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Según Tom Ellis, uno de los voceros de las fuerzas británicas, ha habido "cambios masivos" en este puerto, un lugar donde hace diez días todavía se combatía. "Aunque aún los organismos humanitarios y las ONG no pueden llegar por motivos de seguridad y somos los militares quienes debemos ocuparnos de la distribución de ayuda, la gente está mucho más abierta, relajada", dice.
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La confianza
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La población, sin embargo, aún no confía totalmente en los virtuales "invasores": "Muchos vivieron aterrados por los militantes del partido Baath, que se han ido, y ahora su gran temor es que hagamos un acuerdo con Saddam, y que se mantenga en el poder", explica Ellis. "Pero lentamente ellos entienden que tienen que confiar en nosotros, y nosotros vamos confiando en ellos", agrega. "Hoy, por ejemplo, era una fecha de aniversario muy importante del partido Baath, en la que la gente tenía que cantar determinadas canciones y poner la bandera en sus casas, y por primera vez en décadas no han tenido que hacerlo", destaca.
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Se nota que el clima está cambiando también porque los soldados británicos han comenzado a emplear a varios iraquíes -unos 75 en Umm Qasr- como ayudantes: para limpiar, para ayudar en la cocina o para lo que haga falta en los campamentos. Ubicada en el puerto nuevo, la 102 Brigada Logística ha contratado a varios iraquíes, a dos dólares por día. Los vemos en el precario comedor que hay en el inmenso galpón que funciona como edificio principal de la brigada, donde salta a la vista un cartel que dice "Hard Rock Café Umm Qasr", muestra del típico humor británico.
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Alí, uno de los chicos iraquíes recién contratados, muestra orgulloso su flamante credencial de "labourer", plastificada, con foto carnet y con la bandera británica de fondo. Después de haber ayudado a servir a la tropa una cena inquietante -los británicos no son campeones en la cocina-, Alí pregunta en precario inglés si puede llevar "food" también a su casa. "Thank you", agradece, y saluda hasta "tomorrow".
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Afuera, en la oscuridad total, se oyen algunos tiros. "Los que están de guardia les disparan a los cientos de perros sueltos que dan vueltas por acá, que además traen enfermedades", explica un soldado. A las diez de la noche, hora exacta, en cambio, se oye una gran explosión: "No se preocupen, son las diez. Es la hora en que todos los días quemamos y hacemos estallar el armamento iraquí, miles de armas de todo tipo".

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