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Especiales - Irak - EE.UU
 
   

En Bagdad ni los muertos tienen paz


Por Elisabetta Piqué
Enviada especial

El olor a muerte es fortísmo en el jardín trasero del hospital Al Yarmuk, de Bagdad, una ciudad devastada por los bombardeos norteamericanos y ahora sumergida en un ambiente alucinante, donde la furia de los saqueos se entremezcla con enfrentamientos entre marines y mártires de Saddam, y la locura del vacío de poder.
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El olor a muerte del jardín trasero del hospital Al Yarmuk casi descompone. Con guantes de plástico y barbijos, cuatro voluntarios iraquíes, con pala en mano, están sacando de una fosa común decenas de cadáveres. "Los tuvimos que poner ahí, a las apuradas, primero porque en la morgue no había más electricidad, y después porque los ladrones dejaron sólo a los muertos, tirados en los pasillos. Ahora los estamos sacando porque queremos darle una sepultura normal", explica Omar, un vecino que se vio obligado a defender el hospital de nuevos asaltos. El hospital Al Yarmuk, uno de los principales de Bagdad, que hace unos días no daba abasto por la cantidad de civiles heridos que debía atender, está vacío. Durante los salvajes saqueos que comenzaron no bien los marines entraron en esta capital fuera de control, los ladrones se llevaron de todo. Camillas, aparatos para diálisis, incubadoras, medicamentos, sillas, balanzas, muletas. Los médicos y los pacientes que pudieron, huyeron, y los que estaban graves, murieron, terminando en la nauseabunda fosa común que Omar y otros ahora están desarmando. De un hospital muy grande, con varios pabellones, ahora la única parte que funciona es la que se ha puesto a punto justo en la entrada, de emergencia. Contamos cinco camas desvencijadas.
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La escena del hospital Al Yarmuk es sólo una postal de lo que está sucediendo en Bagdad, una ciudad destruida en el cuerpo y en el alma. La devastación es, en efecto, impresionante, y en medio de la inseguridad aún reinante la gente se siente totalmente desorientada, aturdida, desencajada. Muchos se preguntan: ¿tan alto era el precio de la liberación de Saddam? Aunque los edificios golpeados por los bombardeos son principalmente los centros del poder del hombre de bigote y sonrisa cínica omnipresente en retratos y estatuas -los ministerios, las centrales de comunicaciones, el palacio de la juventud de su hijo Uday, varios de sus impresionantes palacios y las sede de la policía secreta y el Partido Baath-, por las calles también se ven shopping centers devastados, muchísimas carcazas de autos de civiles convertidos en hierros retorcidos y hasta tiendas agujereadas por los cañones.
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Sin servicios esenciales
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"Hasta dos ambulancias bombardearon, eso no es justo. ¿Por qué bombardear ambulancias?", se pregunta Omar, mostrando con indignación el esqueleto de lo que fueron los dos vehículos, justo enfrente del hospital.
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La guerra y el vacío de poder también provocaron el fin de los servicios esenciales, no hay luz, no hay agua, no hay hospitales, no hay recolección de basura desde hace días, no hay libertad de movimiento para la gente. Tanto es así que en el hospital Saddam para niños han comenzado a enterrar los muertos en precarias tumbas cavadas en la tierra de lo que era el jardín.
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"No tenemos morgue, no hay electricidad, no tenemos médicos, ni medicinas, ni nada, y ni siquiera podemos movernos, porque las calles están bloqueadas. Por esto nos vimos obligados a sepultar a 140 personas en los últimos días, de las cuales 25 eran niños, todos víctimas de la guerra. Por favor, díganselo a los norteamericanos", clama a LA NACION Khalid Nasser, uno de los médicos del hospital, mientras nos acompaña a ver el virtual cementerio que se ha levantado en ese lugar, que también está siendo vigilado por civiles armados con fusiles Kalashnikov, vista la inseguridad total.
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No extraña entonces que el humor de los habitantes de Bagdad sea negro, como las columnas de humo que se siguen levantando de los edificios destruidos por las fuerzas de la coalición, o quemados por los saqueadores enloquecidos por el fin del régimen. "¡Dígales que se vayan de mi país! ¿No ven lo que hicieron?", grita un hombre desde una combi a esta cronista, que tiene la sensación de que su pelo rubio no la ayuda para ganar la simpatía de los residentes de la ciudad, furiosos con los norteamericanos.
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"Sí, nos liberaron de Saddam, pero ésta es una pesadilla. Si Saddam estuviera vivo ya habría matado a los vándalos que están saqueando todo", dice Ahmed, nuestro chofer, que no oculta que extraña el orden que había durante el régimen del dictador. Técnico dental de 26 años, pero ahora sin trabajo y sin pacientes vista la anarquía reinante -todos los negocios siguen cerrados, salvo algunas panaderías-, a Ahmed lo encontramos fuera del recinto de alambres de púas que rodea el hotel Palestina, cuartel general de la prensa internacional y ahora también de decenas de marines norteamericanos.
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Como cientos de otros iraquíes, Ahmed se ofrece para trabajar como chofer. Junto a él hay médicos, ingenieros, mecánicos, intérpretes, de todo. Hasta ex policías iraquíes que respondieron a una invitación hecha por los marines a través de la BBC para volver a reclutar agentes. Gracias a esta iniciativa en teoría a partir de hoy o mañana comenzarán a patrullar las calles 400 unidades de policía mixtas -compuestas por marines y policías iraquíes-, bajo el mando de Ahmed Abdul Razek, ex vicejefe de la policía de esta capital.
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Rabia en el aire
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"Nuestra misión principal ahora es justamente que la gente vuelva a su trabajo, y la policía iraquí no era pro Saddam, así que está bien que vuelva a su lugar", explica a LA NACION el sargento Jorge Beyardo, un marine-sniper (francotirador) de origen hispano que cuenta que estuvo hace unos años en Zárate trabajando en el programa humanitario Nuevos Horizontes.
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Más allá de la buena voluntad de los soldados norteamericanos, amén de que siguen los tiros -ayer por la tarde hubo un combate violento justo en la ribera oriental del Tigris, a metros del hotel Palestina- y de que hay gente que hace fila para poder trabajar en la denominada "reconstrucción", es rabia lo que se respira en el ambiente.
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"Los iraquíes estamos tristes, muy tristes", admite Fouzi Muhsen, una mujer de 36 años y dos hijas que se vio obligada a abandonar su casa por la inseguridad y que está viviendo en un hotel. Señalando un tanque norteamericano que bloquea el paso a destartalados autos iraquíes, agrega: "Quien dice que está contento por lo que está pasando no es un iraquí verdadero".

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