Tolerancia peligrosa

NUNCA es agradable tener que hablar, y menos insistir sobre estas cosas, pero siempre va a resultar preferible ser reiterativo a su respecto que dejarlas pasar. Tony Blair explicando recientemente la actitud de su gobierno frente a Saddam Hussein dijo "no quiero tener en mi conciencia que conocimos la amenaza, la vimos venir, y no hicimos nada". En nuestro caso el remordimiento sería más grande todavía, porque ya vivimos una experiencia muy cruenta y dolorosa, que quemó generaciones, que entre que su preparación y ejecución insumió casi dos décadas y que en su fase inicial se presentó con estas mismas características que nos preocupan hoy. En el país se respira un clima de peligrosa intolerancia y se están sucediendo hechos de violencia con llamativa asiduidad. Claramente se siente la tensión social. Las declaraciones de las autoridades que tienen la responsabilidad de preservar el orden están enviando mensajes que de subliminales han pasado ya a la advertencia concreta para el caso que se generalicen los que también superaron la condición de acontecimientos aislados. Se dice que las algaradas las provocan grupos minoritarios, pero esto no sirve para bajarles el perfil de la peligrosidad.

SIEMPRE son grupos minoritarios los que sacuden a la mayoría de una sociedad. Pretender disimular la gravedad del momento atribuyendo por ejemplo a la naturaleza zafral de los desbordes estudiantiles es darle la espalda a una realidad que sin necesidad de mayores subterfugios muestra a las claras que en todas estas manifestaciones de intolerancia las del sector estudiantil sólo son una parte del problema está presente y empujando la izquierda radical y que el grueso del Frente Amplio o hace mutis por el foro o mira con simpatía cómplice todo movimiento desestabilizador del principio de autoridad. Así Tabaré Vázquez entró a terciar hasta en el enfrentamiento del gremio de los transportistas con el gobierno municipal frenteamplista capitalino, y si bien posteriormente anunció su disposición a tomar distancia del mismo dejando a Arana con su problema y sus manos libres, la breve interferencia y la inconstancia constante del verbo y de la actitud del presidente del Frente justifican el escepticismo en cuanto a la neutralidad de la izquierda en cualquier aspecto o detalle de la conflictividad laboral. El nuevo Ministro de Defensa Nacional fue suficientemente explícito cuando anunció hace unos días que si para mantener la paz interior del país, que es cometido esencial de la policía, se necesita el respaldo de las Fuerzas Armadas, éstas están a disposición.

ESTA película, las generaciones intermedias y mayores de nuestra sociedad ya la vimos, y no se la recomendamos a nadie. No es poca cosa lo que ha sugerido el Sr. Yamandú Fau al referirse a "hechos objetivos de ocurrencia reciente que generan preocupación", aludiendo a la práctica de los "escraches". Parece mentira, pero hay quienes creen todavía entre nosotros, y no son pocos, que estos procedimientos públicos de vilipendio son legalmente inobjetables y hasta deben estimularse como manifestación pretendidamente pacífica de una protesta social, generando el riesgo que se extiendan en el futuro como una costumbre.

ASI por ejemplo, algo que ha dado llamarse "Plenaria Memoria y Justicia" convocó para la noche del 4 de octubre a un "escrache" que felizmente terminó en nada ante el Ministerio del Interior en protesta contra los desalojos de los liceos bajo la consigna impresa en la volanteada de "Ninguna represión sin respuesta. Ante el enjuiciamiento de compañeros, organización. Ante la criminalización de la lucha, movilización. Ante los desalojos, resistencia. Ante la represión, escrache". Y quiso la casualidad que entre los dirigentes de esta organización de barricada estuviera el del gremio de los taxis que insultó soezmente al Presidente de la República, al cual la Justicia poco menos que justificó cuando lo declaró inocente de los cargos que se hicieran en la fracasada denuncia del Ministerio Público.

Hechos como este están sucediendo en el país con llamativa frecuencia y se van tomando como si tal cosa, como si acá no ha pasado nada. Y en la diferente gama de "escraches" según sea el dolorido, se pueden digerir combinados de agitadores profesionales con improvisados, entre los cuales gente de modesta condición o de niveles económicos acomodados, que salen a la calle a hacer oír su protesta por el fracaso de operaciones bancarias a las que creyeron lucrativas.

ESTAS alteraciones al orden usurpaciones llamadas ocupaciones, agresiones, injurias y amenazas organizadas como "escraches", ofensas a la autoridad tomadas como dichos corrientes provenientes de buenos muchachos que no tuvieron mala intención son todos hechos con trascendencia penal. En algunos casos, pueden ser faltas. En otros, son delitos con toda la barba. Y siempre son ingredientes de ese caldo de cultivo de tolerancia a la intolerancia que día a día el país viene asimilando, arriesgando cada vez más a que la caldera explote en cualquier momento. Las fuerzas del orden han actuado hasta ahora con elogiable y ojalá que sustentable prudencia y equilibrio. Ojalá también pudiera decirse lo mismo del rigor de la Justicia en la aplicación de la ley. Es cierto que la vida es más rica que las Instituciones mismas, pero lo menos que se puede pedir es que éstas, sobre todo cuando se les pone a prueba con tanta exigencia y asiduidad como está ocurriendo, funcionen como corresponde.

Editorial "El Pais". 11 de octubre de 2002