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La guerra en las ruinas de la diplomaciaEditorial de "The New York Times" Estados Unidos está en camino hacia la guerra. El presidente Bush ha dicho a Saddam Hussein que abandone su país o enfrente un ataque. Para Saddam, deshacerse de las armas de destrucción masiva ha dejado de ser una opción. La diplomacia ha sido descartada. Los inspectores de armas, periodistas y otros civiles han sido aconsejados que abandonen Irak. Estados Unidos se encuentra ahora en una encrucijada decisiva, no sólo en lo que se refiere a la crisis de Irak, sino también en cómo pretende definir su papel en el mundo de la Posguerra Fría. El padre del presidente Bush y después Bill Clinton trabajaron intensamente para imbuir ese papel con las tradiciones estadounidenses de idealismo, internacionalismo y multilateralismo. Bajo el presidente George W. Bush, sin embargo, Washington ha trazado un curso muy diferente. Los aliados han sido debilitados y la fuerza militar ha sido sobrevaluada. Una vez que se inicien los combates, todo ciudadano estadounidense estará pensando fundamentalmente en la seguridad de nuestras tropas, el éxito de su misión y la reducción al mínimo de las bajas civiles iraquíes. No se verá como el momento correcto para quejarse acerca de cómo es que Estados Unidos llegó hasta este punto. Hoy sí es el momento correcto. Esta guerra es el remate de un terrible fracaso diplomático, el peor que ha tenido Washington en cuando menos una generación. La administración Bush ahora preside sobre un poderío militar estadounidense sin precedentes. Lo que arriesga a desperdiciar no es el poderío estadounidense, sino una parte esencial de su gloria. Cuando esta administración tomó posesión hace apenas dos años, las expectativas eran diferentes. Bush era un novato en asuntos internacionales, en tanto que su padre había sido un maestro en esa disciplina. Pero el nuevo presidente parecía haber reunido un equipo de seguridad nacional muy experimentado. Incluía a Colin Powell y Dick Cheney, quienes habían ayudado a construir la coalición multinacional que combatió al lado de Estados Unidos en la primera Guerra del Golfo Pérsico. Condoleezza Rice había contribuido a concertar un final pacífico para las divisiones de la Guerra Fría en Europa. Donald Rumsfeld aportó experiencia en el gobierno y en el terreno internacional que se remontaban hasta la administración Ford. Este equipo de veteranos era encabezado por un hombre que había hablado vigorosamente como candidato presidencial acerca de la necesidad de que Estados Unidos asumiera su poderío con humildad, que extendiera la mano hacia sus aliados y que nunca fuera percibido como un matón. Pero éste no resultó ser un equipo de veteranos serenos. La arrogancia y los errores contribuyeron a que el aislamiento actual de Estados Unidos se iniciara mucho antes de los ataques terroristas del 11 de setiembre. Desde los primeros días de la administración de Bush, ésta volvió la espalda al internacionalismo y a las preocupaciones de sus aliados europeos, al abandonar el Protocolo de Kyoto sobre calentamiento de la Tierra y retirar la firma de Estados Unidos del tratado mediante el cual se establecía la Corte Criminal Internacional. A Rusia se le dijo secamente que debía aceptar el retiro de Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos y la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte hasta abarcar los territorios de la ex Unión Soviética. En el Oriente Medio, Washington, en una exhibición de miopía, optó por desviar la mirada de la espiral cada vez más aguda de violencia entre Israel y los palestinos, pasando por alto los ruegos de los países árabes, musulmanes y europeos. Si otras naciones se resisten hoy en día al liderazgo de Estados Unidos, parte de la razón debe buscarse en esta triste historia. La alianza atlántica está actualmente más profundamente dividida que en ningún otro momento desde su creación, hace más de medio siglo. Una prometedora nueva era de cooperación con una Rusia democratizadora ha sido puesta en peligro. China, cuya constructiva incorporación a los asuntos globales es crucial para la paz en este siglo, ha sido innecesariamente alejada. Los gobiernos a lo largo del mundo musulmán, cuya cooperación es tan vital para la guerra contra el terrorismo, están ahora navegando cautelosamente entre la cólera de sus pueblos y el poderío estadounidense. Es cierto que Francia, en su afán por oponerse a Washington, logró más que nada enviar todas las señales equivocadas a Bagdad. Pero las propias contribuciones destructivas de Washington fueron enormes: su constante cambio de metas y de racionalizaciones, sus plazos cada vez más arbitrarios, su desagrado evidente ante el toma y daca diplomático, su táctica de presionar agresivamente en público a otros países y su fracaso en cuanto a convencer a la mayor parte del mundo de que había un peligro inminente. El resultado neto es una guerra en busca de una meta legítima contra una tiranía despreciable, pero también una guerra que Estados Unidos librará casi solo. |
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