Derrocar
a Saddam Hussein, prioridad de Bush desde el inicio de su
gobierno
Derrocar
al presidente iraquí Saddam Hussein de cualquier forma es uno de
las prioridades del presidente George W. Bush desde el comienzo de su
gobierno.
Ese
propósito se tradujo en acciones concretas el 16 de febrero de
2001, apenas un mes después de asumir la presidencia, cuando Estados
Unidos inició junto a Gran Bretaña el bombardeo aéreo
de las posiciones del comando iraquí en los alrededores de Bagdad.
Seis días
después, Bush lanzó una advertencia concreta: si Irak no
elimina sus armas de destrucción masiva, deberá atenerse
a las consecuencias, le anunció a Saddam Hussein.
Tras los
atentados del 11 de setiembre de 2001, la administración Bush endureció
su discurso y advirtió que, desde ese momento, se iniciaba un combate
contra los grupos terroristas, noción que incluía a aquellos
regímenes que pudieran proporcionar armamentos a las organizaciones
que propician la lucha armada.
En enero
de 2002, en un discurso que satisfizo al ala más radical del gobierno
estadounidense, Bush denunció la existencia de un eje del mal compuesto
por Irak, Irán y Corea del Norte.
Ocho meses
después, el vicepresidente Dick Cheney pronunció una serie
de discursos que hicieron temer que Estados Unidos estuviera preparando
un ataque unilateral contra Irak, prescindiendo de la aprobación
del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El 12 de
setiembre de 2002, Bush instruyó al secretario de Estado, Colin
Powell, considerado un pragmático dentro del gobierno, para que
solicite ante la ONU la aprobación de una nueva resolución
que fuerce el desarme inmediato de Irak.
Pero la estrategia
estadounidense nunca descartó la perspectiva de iniciar la guerra,
aun sin el aval de la ONU. Tras dos meses de negociaciones, Washington
obtuvo de los 15 miembros del Consejo de Seguridad la votación
por unanimidad de la resolución 1441 que otorga a Irak la última
oportunidad de desarmarse en forma pacífica bajo la amenaza de
sufrir graves consecuencias si no lo hace.
No obstante,
el texto de la 1441 resultó ambiguo y los esfuerzos diplomáticos
se multiplicaron a pesar de que Estados Unidos continuaba aumentando su
poder militar en la región del Golfo.
Mientras
proseguía la misión de los inspectores de desarme de la
ONU en Irak, Bush repitió hasta el cansancio que la guerra sería
el último recurso, pero el endurecimiento de su discurso lo encerró
en una retórica que no permite marcha atrás.
Bush parece
poner en juego todo su crédito político con el tema Irak
en momentos en que en Estados Unidos comienza a mover las primeras piezas
con miras a las elecciones de 2004 con el telón de fondo de una
economía debilitada.
Desplazar
a Saddam Hussein del poder representa para la Casa Blanca la llave que
abre el camino para la estabilización y la democratización
de Oriente Medio, en tanto que lograr la cabeza del líder iraquí
como emblema de la lucha antiterrorista aparece como un premio consuelo
tras el fracaso en la búsqueda de Ossama bin Laden. Estados Unidos
juzgó poco relevantes los progresos de la misión de inspección
en Irak, consideró como mentirosas las concesiones que hizo Bagdad
y aseguró que Saddam Hussein mantiene lazos con la red terrorista
Al Qaida, aunque no pudo apoyar su acusación en pruebas convincentes.
Bush aseguró
que en abril de 1993 Saddam Hussein intentó matar a su padre durante
una visita del entonces presidente estadounidense a Kuwait, pero la Casa
Blanca evitó siempre presentar su política iraquí
como parte de una venganza familiar.
Los pueblos
libres van a determinar el curso de la historia y mantener la paz en el
mundo, sostuvo Bush en un intento por imprimir a su política un
carisma mesiánico. AFP
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