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Especial - A 30 años del Golpe de Estado
 
   

Protagonista | Enrique Beltrán

Esa desprevenida oscuridad

Cuando treinta años atrás, en la madrugada de otro veintisiete de junio, entraban los jefes militares al Palacio Legislativo para ocuparlo, se iniciaba un ciclo que algunos creyeron que era nuevo. Sin embargo, con él, eran dos grandes regresiones que en poco tiempo emergían: un gobierno militar que era un salto de casi un siglo atrás; precedido e impulsado, por otra regresión que era el desafío de la violencia tupamara marxista. Si en nuestro país era nueva su técnica y su estrategia, el ataque aleve a las libertades, al sentido de tolerancia, a la tutela de los derechos de la persona, a la nación como una comunidad por encima de clases y de ideologías, encarnaba otro terrible salto atrás, más regresivo aún. Porque a juzgar por sus modelos, pretendía arrasar para siempre con aquellos valores. Se habían ganado a través de toda una historia donde se habían acumulado sacrificios y sueños de sus generaciones, hasta constituirse en uno de sus más definidos perfiles nacionales.

El golpe de Estado en verdad había empezado a darse, cuando en febrero de ese mismo año los comandantes del Ejército y de la Fuerza Aérea, se alzaron contra la designación del General Francese al Ministerio de Defensa Nacional, pero en definitiva era contra el gobierno y el ejercicio de sus legítimas competencias. En aquel entonces, la marina apostada en la zona portuaria, con su comandante Juan José Zorrilla se erigía en amenazante defensa de la legalidad institucional atropellada. La falta de respuesta del cuerpo político, que quizás no apareció el alcance de aquella decisión, el apoyo de ciertos sectores de izquierda, la circunstancia de que el Presidente Bordaberry había sido electo casi diríamos que equivocadamente, porque la inmensa mayoría de la gente creyó votar a Pacheco, y todavía unas elecciones cuestionadas fueron todos factores, para que en muchos se borrara la gravísima significación de aquel episodio.

Una de las excepciones fue la de nuestro entonces director Washington Beltrán quien desde el "El País" convocaba a la defensa de la institucionalidad comprometida. "¿Dónde están los grupos que herían las membranas con sus estridentes protestas, porque se violaban en el país una libertad, se encarcelaba arbitrariamente a un ciudadano, se desconocía algún principio del texto constitucional? "¿Dónde los severos doctores que escriben sesudos artículos para denunciar que tal inciso de tal artículo de tal ley violaban un orden superior, y que por ello era legítima la resistencia?

El gobierno era ahora definidamente "cívico-militar". En esa simbiosis, el primer adjetivo nacía empalidecido mientras el segundo cobraba una presencia que cada vez se haría más avasallante.

Pocas semanas corrieron desde febrero. Pronto llegó al Senado de la República, la solicitud del desafuero para el senador Erro, por estar implicado en la asistencia a la organización tupamara. Aunque no sorprendió la imputación, en el caso debían ser particularmente estrictas las garantías para concederlo. La solicitud provenía de una justicia de excepción como era la militar. Serviría de precedente para otras solicitudes que estaban esperando turno. Pero además como lo dije en el debate; "los últimos acontecimientos han proyectado una sombra sobre estos hechos, después de los sucesos de febrero. ¿Puedo juzgarlos como si en el país jugaran plenamente las instituciones? ¿Qué parte de los elementos aportados tienden a descubrir a los sediciosos y qué parte a menoscabar al Parlamento? El fuero no es un beneficio de una persona, sino pertenece al Cuerpo como uno de los escudos de su independencia".

El Senado se disponía a rechazar el pedido, con lo que el golpe se habría concluido un mes antes. Casi in extremis se encontró la fórmula para desplazarlo a la Cámara de Representantes. Si procedía debía iniciar sobre los mismos hechos los procedimientos del juicio político. Me correspondió presidir la comisión que entendió en el problema. Se pronunció por mayoría negativamente y también lo hizo la Cámara de Representantes, en una votación empatada. Cualquiera hubiese sido la decisión parlamentaria, el proceso estaba en marcha, y ya no podría detenerse.

Cuando trascendió que estaba pronto el decreto de disolución del Parlamento acudimos al Palacio para presenciar la reunión del Senado, que había sido convocado extraordinariamente. En la sala de la Vicepresidencia con ese gran ciudadano que era Jorge Sapelli un grupo de legisladores departíamos, en un clima naturalmente de gran tensión, y hasta nos interrogábamos si algo quedaba por hacer sin desmedro de nuestra dignidad, para evitar aquella terrible regresión. Wilson entró, llameante la mirada, nervioso el gesto, radical la decisión. En la reunión del senado poco después, se escucharía su anatema y aquel Viva el Partido Nacional, con que terminó su dramática exposición. Sigue resonando en mis oídos treinta años después. Aquel grito está incorporado a la pantalla de mi PC.

Salir a la noche despoblada, sintiendo el contraste entre aquella desprevenida soledad y el derrumbe institucional, apretaba el corazón y lo llenaba de incertidumbre porque se lanzaba a la República a un oscuro ciclo.

Lo paradojal de todo esto, era que el golpe de estado sobreviene después que se había derrotado a la subversión, con las armas, con los instrumentos que le había dado la propia democracia. Lo paradojal era también, que la lucha de los tupamaros en definitiva se libró contra un régimen en el pleno ejercicio de sus libertades al que pretendieron someter por el terror. Derrotados, su acción desapareció cuando se estableció la dictadura y se habían conculcado todas las libertades, proscriptos los partidos políticos, mutilado el ejercicio de derechos esenciales.

¿Por qué nos pasó lo que nos pasó? Fue una encrucijada de regresión y de dolorosa crisis de fe. Seguramente que han sido sin números los factores que la van gestando. Pero hubo hechos que de pronto lo desencadenan y nos sumergen en ella. Uno de los más relevantes, es la Cuba de Fidel. Su faz romántica terminó pronto, ya que pronto asomó desafiante su rostro de tiranía totalitaria, y su papel de importante peón marxista en la guerra fría.

Fue algo más que un ejemplo. Fue escuela de terrorismo, preparación para el asalto, intromisión, técnica para mejor utilizar su desprecio a las libertades, para asestarles la puñalada por la espalda. En esa fuente se nutrió en buena parte al subversión tupamara.

Es curioso comprobar, que los tupamaros y la dictadura que dijo combatirlos, terminaron a la postre apuntando al mismo enemigo que les era común: el régimen democrático, la amplitud de sus libertades el Estado de Derecho, bajo cuyo amparo tienen aquellas plena vigencia.

Los 30 años que evocamos, no es para quedarnos clavados en las sombras, rencores, sufrimientos que allí se sembraron. Es si acaso, para que tomemos consciencia que las libertades es un tesoro demasiado vinculado a la dignidad de la vida humana y al sentido mismo de la historia del país, como para que cuidemos incansablemente de no volverlas a perder. Porque cada vez que así ocurre, es la noche que espera...

 

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