MATÍAS CASTRO
La expresión fumar abajo del agua lo dice todo. Y en el mundo de los famosos hay montones de ejemplos de gente que ha convertido esa frase en un arte y una forma de vida. Estar en libertad condicional por haber conducido alcoholizada y, a pesar de eso, irse de fiesta y descontrol a Europa, es parte de eso. Si esa misma persona termina en la cárcel y luego en rehabilitación porque un juez lo ordena, y así y todo lanza desde ahí su línea de ropa, se puede hablar de un extremo refinamiento en la técnica de fumar en el agua, dentro de una garrafa o como se le quiera decir.
Es lo que le ocurre a Lindsay Lohan, actriz y cantante estadounidense que, con sus doce días de cárcel, se convirtió en la presa más famosa del mundo. Y ahora, con su temporada en un centro de rehabilitación, lejos de la vista de todos salvo de sus familiares, es la internada más atendida por todo el mundo.
Hace un par de días se hicieron públicas fotos suyas en las que exhibía piezas de la colección de ropa que ella diseñó. Al mismo tiempo ella está entre cuatro paredes y no puede ver ni siquiera un teléfono celular. ¿Cómo es esto posible? Dinero. Ciertamente que sus sucesivos encuentros con los jueces le dieron un gran empujón publicitario. Tal vez no es el que quería, pero al menos le sirvió para ponerse en el centro de atención y ser la celebridad más debatida de Estados Unidos. Por algo esta columna se ha dedicado a su caso en más de una oportunidad.
Lo que hace Lohan no afecta necesariamente la vida de nadie en el Río de la Plata, y es probable que ni siquiera suban los alquileres de sus películas en DVD. Pero este hecho tan sonado como lejano es un fenómeno peculiar que merece cierta atención. Se trata de algo totalmente excepcional, incluso en Estados Unidos, y por eso vale la pena observarlo. Y demuestra que a pesar de aparentar una caída muy grande, hay quienes siempre tienen formas de caer parados. ¿Ocurrirá algo parecido con el caso de Mel Gibson? Es cuestión de esperar algunos meses.