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DE CONTRAGOLPE por Jorge Savia
En los días previos al debut en el Mundial, y en aquella carpa blanca del Hotel Protea de Kimberley que entonces parecía desmesuradamente vacía y gigante para el puñadito de periodistas uruguayos que -más algún francés y un par de mexicanos- la frecuentaban por las conferencias de prensa cotidianas, como los extranjeros se volvieron recurrentes al preguntar si aquel grupo que Tabárez llevó a Sudáfrica pretendía instaurar un nuevo estilo de juego supuestamente moderno del viejo fútbol uruguayo, el técnico primero y Lugano después, enfatizaron: "Nosotros no queremos refundar nada".
No había razones para no creerles, y tampoco las hay un año y medio más tarde; pero lo hicieron: si ya se había visto en el propio Mundial y luego en la Copa América, quedó ratificado ante Italia, uno de los poderosos de Europa, que al volver de Sudáfrica pasaron a ser un objetivo para Tabárez: "Todavía no les ganamos".
En Roma, con un fútbol de presión en la marca, defensivamente ordenado, y dinámico y vivaz para salir al ataque, pasó como cuando en 1928, a un costado de la Plaza Independencia, en una pizarra se escribían línea a línea las noticias que iban llegando de la semifinal de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam: "Ataca Argentina, gol uruguayo".
El País Deportivo
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