Guillermo Fernández (1928-2007)
Adiós al
Maestro
ROSARIO PEYROU
EL PASADO 7 de enero, en un accidente de tránsito
murió Guillermo Fernández. Maestro de
varias generaciones de artistas plásticos, se
había formado en el Taller Torres García,
aunque la lección de don Joaquín fue para
él más un punto de partida, una ética
y una puerta abierta a la libertad, que un modelo restrictivo.
Nacido en Montevideo en 1928, en una familia de clase
media, fue, según él mismo solía
decir, un escolar distraído que dibujaba mientras
los otros niños escuchaban las clases. Sobrino
del memorialista e historiador José María
Fernández Saldaña, de niño copiaba
dibujos y grabados de la importante colección
de su tío.
Fue Fernández Saldaña quien le encargó
su primer trabajo profesional, cuando tenía 11
años: un retrato de Andrés Lamas para
ilustrar una crónica periodística.
Siempre supo que su vocación era la pintura.
Había ingresado sin mayor entusiasmo a la Facultad
de Derecho, cuando en 1948 se acercó a una exposición
del Taller Torres García que lo deslumbró
al punto de animarse a llevarle sus carpetas de dibujos
a don Joaquín. El maestro lo envió a las
clases de iniciación de Julio Alpuy y Alceu Ribeiro.
Después trabajaría con Augusto Torres,
Francisco Matto y José Gurvich. Él mismo
fue luego profesor de los cursos nocturnos del TTG entre
1957 y 1961. Siempre le interesó la docencia:
había concursado en 1953 en Enseñanza
Secundaria y hasta 1978 dio clases en el liceo de Progreso.
También fue Director del Taller Municipal de
Pintura de Paysandúenlos años 60.
En paralelo, en 1961 había abierto su propio
taller por el que pasaron muchos de los nombres significativos
del dibujo, la pintura, el diseño y las artes
aplicadas. La docencia no le impidió seguir trabajando
en la investigación que alimentó su propia
obra, a la que dedicó el tiempo que le dejaban
las clases, con un rigor, una autoexigencia y una disciplina
que seguramente venían de la lección de
Torres García. En los años 60 realizó
murales en piedra, madera y bronce. Más allá
de que intervino en 30 exposiciones del TTG en el país,
en la Argentina y en Estados Unidos, era renuente a
mostrar su trabajo en forma individual, y sólo
la insistencia de discípulos y amigos permitió
ver expuestos sus dibujos y pinturas cada tanto tiempo.
Afortunadamente, en los últimos años esos
intervalos se fueron acortando. En 1997, año
en que recibió el Premio Figari junto a Hermenegildo
Sábat y Alfredo Testoni, expuso con ambos artistas
en el Museo Nacional de Artes Visuales y en la Embajada
de Alemania. En el 2002 se hizo una retrospectiva de
su obra (dibujos, pinturas y maderas) en el MEC, y en
2006 la Universidad Católica expuso pinturas
y dibujos bajo el título "Por tierras de
la memoria". Sus retratos de escritores (Lautréamont,
Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Marosa Di Giorgio,
Julio Herrera y Reissig, Paco Espínola, Felisberto
Hernández, Rodó, entre otros) -algunos
de ellos publicados en el Cultural-están construidos
con lamisma obsesión por la invención
de un "orden" rítmico y visual que
sus cuadros abstractos o los murales suyos que pueden
verse en edificios de Montevideo.
En su taller fue un maestro deslumbrante que ejercía
una especie de fascinación en sus alumnos, por
el modo con que ayudaba a adueñarse de los lenguajes
visuales y a encontrar el propio camino. Pero también
porque su trabajo enseñaba a ver la pintura de
los grandes maestros con otros ojos. Había reflexionado
con profundidad sobre el hecho plástico, se había
interesado por las formas de composición y el
trabajo rítmico de los barrocos o del arte precolombino,
tanto como los de las vanguardias del siglo XX y descubierto
constantes formales que viabilizan su resonancia en
la percepción visual del espectador. En sus clases
mostraba "en vivo" la diferencia entre una
pintura de imitación y una pintura de síntesis
visual, de invención genuina; creía en
una "gramática" visual, independiente
de los estilos, de la figuración o la abstracción.
Guillermo tenía una amplia cultura artística
y literaria, y era un aficionado de la Historia. Ese
bagaje, sumado a su manera expresiva de hablar (fue
un narrador oral excepcional), a su sentido del humor
y a una mirada personalísima sobre el mundo y
las cosas, lo convertían en un individuo que
atraía como un imán a sus interlocutores.
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