En los años 50 Estados Unidos era el protagonista
de la escena artística con el advenimiento de
la vanguardia americana. Al principio de esa década
comenzaron a hacerse visibles nuevas formas de práctica
artística en torno al compositor John Cage:
Environment y Happening fueron punto de partida para
el posterior desarrollo de Performance, Body Art y algunas
manifestaciones de Arte Conceptual. Del círculo
de Cage emergieron Rauschenberg y Johns que anticiparon
el Pop Art en América y que tuviera sus primeras
manifestaciones en Inglaterra.
El Centro de Artes y Letras de El País, antecedente
directo del Museo de Arte Contemporáneo fue creado
en el año 1958 durante esa revolución
del lenguaje plástico.
Con gran impulso y tratando de acompañar las
nuevas prácticas artísticas organizó
memorables conferencias, ferias y exposiciones destacándose
la muestra del español Tapies, maestro del Informalismo.
En 1965 invitó a la artista argentina Marta Minujin
que formaba parte del Instituto Di Tella de Buenos Aires,
quien realizó en el Estadio del Cerro un happening
que sorprendió a los uruguayos.
Al año siguiente cerró el Centro de Artes
y Letras. En aquel momento se hizo difícil captar
lo que se presentaba como la vanguardia, que se diferenciaba
notoriamente de lo considerado tradicionalmente expresión
de arte. Aún hoy estamos necesitando por sobre
todo desarrollar una capacidad reflexiva frente a la
cantidad de nuevas propuestas, que nos permita diferenciar
entre aquellas expresiones válidas y enriquecedoras
de las otras producto del marketing o de una actitud
snob.
Catorce años después y funcionando en
la antesala del Teatro del Centro se creó el
Museo de Arte Contemporáneo bajo la dirección
de María Luisa Torrens.
El 14 de septiembre de 1997 se inauguró la nueva
sede en la calle 18 de julio, con dos grandes salas
y un acervo de casi cuatrocientas obras.
Durante los últimos tiempos el Museo ha venido
orientando su gestión a la diversidad de perfiles
de los expositores en cuanto al tipo de trabajo que
presentan como a sus trayectorias. En esta sala se alternan
algunos artistas notorios considerados ya dentro de
la categoría de maestros, que increíblemente
muchos de ellos permanecen olvidados, con otros aún
ignorados. Tienen su espacio también aquellos
que siendo conocidos están en la etapa media
de su carrera.
En la muestra colectiva que nos ocupa actualmente Guillermo
Fernández es figura central ya que se incluyen
ocho importantes obras realizadas por él. Pero
además es el pivot de la exposición de
diecisiete de sus discípulos. Muchos de ellos
muestran por primera vez mientras que otros ya lo han
hecho con anterioridad y ofrecen una variedad de propuestas:
aquellas que pasan por la intervención de piedras,
el dibujo, la pintura, las técnicas mixtas, con
soportes de tela, papel o cartón. Algunos se
expresan por medio de elementos figurativos mientras
que otros lo hacen por la abstracción. En la
diversidad está la riqueza y el atractivo de
este conjunto.
Cada obra está marcada por el legado de Guillermo
como maestro así como en cada uno de los diecisiete
está presente el estrecho lazo afectivo que los
vinculaba a él. Permanece en ellos aún
la sensación de desconcierto por la sorpresiva
pérdida del maestro y todavía hoy a nueve
meses de su muerte están afectados como huérfanos.
Sin embargo organizaron con alegría y orgullo
esta especie de homenaje donde comparten sala con quien
les brindara orientación de manera generosa y
respetando el perfil de cada uno.
Siento que en ellos hubo una tácita intención
de convocarlo, de buscar nuevamente su cobijo. Y él
se hizo presente.
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