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 Sábado 01.10.2011, 09:43 hs l Montevideo, Uruguay
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Qué Pasa

La otra salida

A 20 años de inaugurada, la terminal Río Branco es la más concurrida de la capital. De ahí salen unos dos mil ómnibus por día con 20 mil pasajeros. Y hasta tiene una carnicería. Sin embargo, está quedando chica.

Fabián Muro

Ahí se puede comprar carne, whisky importado o un taladro. Se puede gestionar una garantía de alquiler o jugar unas fichas en tres tragamonedas que parecen fugados de algún bar de barrio.

Pero no es un shopping, ni exclusivamente una galería comercial. Es la ajetreada terminal de ómnibus Baltasar Brum, la que une la capital con su cada vez más populosa área metropolitana. Ningún ómnibus llega más lejos de un radio de 60 kilómetros; la mayoría de ellos van a la Costa de Oro.

De la termina salen casi 2.000 viajes diarios. Solo la empresa Copsa, con el 51%, tiene 950 salidas por día. Es el punto de partida para unos 20.000 pasajeros que van a sus ciudades-dormitorio en Canelones o San José. Tiene más volumen de viajes que la terminal de Tres Cruces. O más "toques" diarios, según la jerga del gremio del transporte.

Pero mientras que Tres Cruces no demuestra señales de detener su expansión, la terminal de Río Branco sigue dependiendo de una única salida hacia la calle Galicia - frente a lo que ahora se llama Megadisco Cocodrilo, justo en la esquina con Río Branco- para su gran cantidad de "toques".

A casi 20 años de su inauguración, que fue en 1992 cuando remplazó al Control de Arenal Grande, la terminal de Río Branco empieza a quedarle chica a todos: a las empresas de transporte y a los pasajeros, pero también a los que ofrecen servicios.

Los ómnibus estacionados en hilera por las calles Galicia o Convención aportan uno de los indicios más claros de cómo la terminal parece haberse ido encogiendo con el paso del tiempo y el crecimiento de la ciudad. El lugar está administrado por una empresa privada, Kelir S.A., que pertenece a las siete compañías de ómnibus que operan allí. Nadie de la empresa respondió a los numerosos pedidos de entrevista.

Adentro se repite esa sensación de una terminal dos talles más chica que su demanda. A medida que crece la cantidad de viajeros y con ellos sus requerimientos, se han ido encimando locales con distintos productos y servicios: comida rápida, quioscos, locales de Abitab, una ferretería, una sucursal de Anda, las oficinas de las empresas de transporte y una carnicería, dentro de una variada oferta de rubros. Una suerte de shopping de bajo presupuesto y algo caótico, que vibra con trasiego de personas que van a sus hogares o que trabajan ahí.

Un paisaje parecido al de algunas urbes latinoamericanas, con vendedores ambulantes encorvados por el peso de la mercadería en venta, gente con bolsos y niños, policías que conversan entre ellos y trabajadores que salen con la carga de una jornada laboral en la mirada.

Hace tres años, bajo la gestión de Víctor Rossi en el ministerio de Transporte, se aumentó el número de andenes, el de comercios y se construyeron los refugios rodeados de vidrios que sirven para esperar con cierto cobijo en invierno. "Te cagás de frío igual", aclara Jorge, un pasajero.

Aún está subido a Internet el comunicado de Presidencia que daba cuenta de crecimiento de la terminal, en 2008: "La ampliación (…) consiste en el aumento de andenes, la construcción de dos locales comerciales adicionales y el cerramiento sobre Río Branco con la instalación de nuevos locales comerciales", se lee allí. "También, se construyeron salas de espera techadas y muy confortables para los usuarios".

Sentados en unas duras y achatadas vigas de metal sin respaldo, los rostros de quienes esperan parecen transmitir varias sensaciones excepto la de estar "muy confortables".

Las horas pico se dan entre las 17 y las 20 y las colas formadas por pasajeros para los viajes directos cortan el trasiego de gente que va y viene por la plataforma desplegada desde Andes a Río Branco.

Mauricio está parado cargado con un walkie-talkie que chisporretea cada pocos segundos. Luce estresado. "Cinco minutos, no más" tiene para hablar. Hace casi cinco años que trabaja en los andenes de la terminal. Su peor temor es que ocurra un accidente de tránsito en Galicia, Paraguay o Avenida del Libertador. Eso le complica la vida, porque ahí empiezan los atrasos. "Es lo que tiene esta terminal, está mal diseñada, con esa única salida", dice y señala.

Aunque no ocurra ningún accidente, la cada vez mayor cantidad de autos y motos en Montevideo -solo el año pasado se vendieron más de 40.000 autos nuevos- es en parte responsable de la escasa velocidad de los ómnibus hacia la Costa de Oro, donde un viaje hasta Salinas, 40 kilómetros, lleva aproximadamente 90 minutos.

NECESIDAD. "Había que unificar lugares dispersos", dice Aldo Lamorte, uno de los dos arquitectos (el otro es Edward Mills) responsables del proyecto. "Lo que había hasta entonces era aquella atrás del Banco Hipotecario actual, la que se conocía como `El Control`. Del Control a la terminal de Río Branco hay un avance", dice el arquitecto, para quien es razonable separar las terminales de acuerdo al tipo de viajero. "No es lo mismo la demanda de alguien que está de paso por Montevideo que alguien que viaja todos los días".

Lamorte, quien es además el líder de la Unión Cívica y senador suplente de Alianza Nacional, cuenta que hubo un llamado público para presentar proyectos y que para lo que había en materia de recursos y espacios, la terminal fue un salto cualitativo. Quienes recuerdan el viejo Control y su lenta agonía coincidirían que cualquier cosa hubiera representado un salto cualitativo en comparación.

"En aquel momento fue una solución, permitió descomprimir el tránsito", dice el director nacional de Tránsito, Felipe Martín. "Pero habría que ir pensando en un nuevo lugar".

Gerardo Urse, director del Plan de Movilidad Urbana, opina igual. "Habría que tener dos terminales para el transporte metropolitano", aunque aclara que no le compete actuar porque la terminal depende del Ministerio de Transporte y los operadores privados. No es una solución, añade, saturar las calles de la ciudad con vehículos grandes que tienen que ir casi hasta la Ciudad Vieja para llegar a destino. En particular, cuando la mayoría del pasaje se baja antes de llegar a la terminal.

Pero para que la Baltasar Brum tenga un clon que alivie su sobrecarga, habrá que esperar. Tres actores tienen que ponerse de acuerdo: el gobierno, tres administraciones municipales y los empresarios del transporte. Y además invertir entre seis y 12 millones de dólares, que saldría construir una nueva terminal, según los datos que aporta Urse.

El jerarca señala además que el primer paso para intentar acercarse a una solución, la formación del Consorcio de Transporte Metropolitano, ya fue dado. Pero es lo único realizado hasta el momento.

Con ese panorama, y a pesar de lo incipiente de ese otro proyecto, parece más cercano construir una alternativa a Tres Cruces (incluso ya se ha hablado del Mercado Modelo como una posible terminal interdepartamental), que una estación de ómnibus suburbanos.

Por el momento, hay que conformarse con lo que hay. Sin embargo, varios de los consultados dieron una opinión positiva del lugar. Joaquín Núñez, por ejemplo, hace casi 10 años que se toma su ómnibus hacia Paso Carrasco desde ahí. Para él los refugios sirvieron para amortiguar el frío y también dice que hoy está más limpio que antes. Una mirada al suelo lo desmiente. Pero Claudia pasa enseguida con su escoba y pala-balde para recoger papelitos, colillas, pedazos de envoltorios y otros desechos que la gente tira sin demasiada consideración hacia el entorno.

Ella, y otras seis trabajadoras, recorren las dos cuadras -la distancia aproximada que separa un extremo de la terminal de la otra- levantando basura. Claudia integra una fuerza laboral predominantemente femenina, y escasamente remunerada, en la terminal.

Verónica, en uno de los quioscos, ya va por su tercer puesto de trabajo dentro de la Baltasar Brum. Empezó en una panadería, pasó por un local de comida rápida y ahora atiende a "mucha gente" desde las 11 de la mañana a las ocho de la noche. Está mucho más contenta ahora: la carga laboral es menor y le deja 7.600 pesos en la mano, algo más del doble de lo que obtenía en la panadería. La terminal sigue atrayendo a trabajadoras. Laura está terminando su primera jornada laboral y también demuestra alegría. Gana más atendiendo un quiosco que en la trastienda de una panadería del barrio. Y el viaje a la casa en San José está ahí mismo

La cantidad de viajeros amaina a eso de las ocho de la noche, la hora clave en la vida de la terminal en verano (en invierno, el momento divisorio es a las seis de la tarde). Luego, la cantidad de usuarios que llega hasta ahí disminuye considerablemente, de acuerdo a Marcelo, del carrito de chorizos María Victoria, que hace 27 años que está en Galicia casi Convención.

Él y George atienden a una persona atrás de la otra. Entre gritos de "¡dame un chorizo polenta polenta!" y otros pedidos el dúo intenta aprovechar a vender todo lo que pueden.

Según ellos, faltan pocos minutos para la hora límite y luego se vende mucho menos. "Es un desastre la terminal", dice Marcelo; se refiere a la inseguridad. Señala hacia la estación de servicio que abastece a la mayoría de los vehículos de la compañía Copsa. Desde esa dirección es que llegan los responsables por la merma en las ventas. Pero también dice que su carro nunca fue asaltado.

A esa estación de servicio, en la cual los empleados dicen que es del padre del actual presidente de Copsa, tampoco la robaron, apuntan. Y el policía Joaquín Nuñez dice que nunca tuvo que intervenir dentro de la terminal.

Diferentes son los testimonios de quienes siguen yendo hasta la Baltasar Brum. "Cuando vas en grupo, como en un malón de gente toda junta en la misma dirección, te sentís más protegido de las bandas que están ahí", dice Florencia, quien logró escapar dos veces de los intentos de arrinconarla. Leonardo no zafó de tener que entregar el celular, aunque el aparato era tan vetusto que ni los ladrones lo quisieron.

"La zona estaría aún peor sin esa terminal", dice Martín, el director nacional de Tránsito y la apreciación del político suena razonable. En particular cuando se hace de noche. Los que manguean a cada uno que pasa -que siguen siendo muchos- tal vez coincidan con esa visión.

La gente que a pesar de la hora sigue hasta el final de la calle Río Branco para viajar, puede ser una fuente de monedas o cigarrillos, el peaje que hay que dejar antes de llegar al andén buscado y relajarse. La cantidad de gente y policías en el recinto tranquiliza.

Así, creciendo hacia adentro y con suspicacias de lo que pasa afuera cuando llega la noche, la Baltasar Brum es una isla de luz y movimiento en un barrio cada vez más oscuro e inerte.

Lugar bajo presión

"No es lógico tener un espacio como ese como aparcadero de ómnibus", dice la arquitecta Isabel Viana. La experta destaca además que la terminal está bajo presión del puerto, con sus terminales de contenedores y el tránsito de camiones. Además, agrega, no debería hacerse una estricta división del transporte de acuerdo a los límites departamentales. "Montevideo es una sola ciudad. Más allá de Arroyo Carrasco también es parte de la capital".

1.800

viajes diarios se realizan desde la terminal Baltasar Brum hacia Canelones o también hacia San José.

20.000

personas viajan diariamente en alguna de las líneas de ómnibus que parten desde ahí.

7

empresas de transporte gestionan unos 600.000 viajes anuales desde ahí.

3

pantallas de televisión fueron instaladas para comunicar los horarios. Ninguna funciona.

etiquetasEtiquetas: terminal - transporte - branco - omnibus - ahi - 
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