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 Domingo 31.03.2013, 09:07 hs l Montevideo, Uruguay
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EL PERSONAJE | JORGE DA SILVEIRA

"Estar en la vereda de enfrente del poder es duro"

Más allá de la pelota de fútbol, cuenta cómo tres golpes le cambiaron la vida, su relación con una profesión a la cual ha dedicado más de 50 años y los vínculos con sus hijos.

LUIS PRATS

El rumbo de la vida de Jorge (Toto) Da Silveira cambió, a los golpes, tres veces. El primer impacto fue la muerte de su madre, cuando él tenía 15 años. El segundo, perder de un momento a otro los ahorros de veinte años. El tercero, un accidente que casi le costó la vida.

"Alguna vez hablamos con Víctor Hugo (Morales) de que las cosas nos habían llegado muy temprano y de repente era una premonición de que íbamos a vivir poco. Pero no me quejo, estoy llegando a los 70 años. Tampoco quiero vivir tanto. La vida vale la pena mientras la cabeza esté bien, merece cualquier esfuerzo. Si el de arriba me tiene que mandar algo, que me deje la cabeza y la lengua libres para poder seguir trabajando mientras pueda serle útil a mi familia", asegura.

Sin embargo, se manifiesta siempre optimista: "Los años no me pesan absolutamente nada, me siento fantástico, tengo una fuerza bárbara. No me cansa nada, ni física ni intelectualmente. Tengo el fuego intacto, sigo teniendo las mismas ganas de hacer y de trabajar que cuando empecé, con la experiencia que obviamente en aquel tiempo no tenía".

SU TRABAJO. Más de medio siglo en actividad hacen innecesario presentarlo, pero repasar los medios para los que trabajó se llevará un buen párrafo. Da Silveira estuvo en los cuatro canales de aire montevideanos, más la desaparecida Señal 1 y las internacionales Fox y TyC. En radio: Sarandí, Sur (luego Radiomundo), Ariel (después Continente), Panamericana, Oriental, Rural, Sport, también LT2 de Rosario (Argentina) y ahora Carve. En medios escritos: El País, El Diario, El Día, Sport Ilustrado. "Empecé en Sarandí a los 17 años, el 3 de junio de 1961. Cumplía 18 el 30 de agosto y me daba vergüenza decir que tenía 17. Entonces dije que tenía 18. Por lo menos podía votar...", comenta.

Su mayor error, admite, fue haber rechazado una propuesta para trabajar en radio Rivadavia de Buenos Aires junto al famoso relator José María Muñoz. Se lo propuso un empresario, Jacinto Fernández Cortés, vinculado con la gente de Estudiantes de La Plata, de quienes Toto se hizo amigo a través de Carlos Bilardo. "Le dije: `Soy plenamente consciente que este tren pasa una sola vez y voy a cometer el error más grande de mi vida`. Me faltaban tres materias para recibirme de abogado. Estaba haciendo la carrera ya convencido que no era mi vocación, que iba a ser periodista. Pero le había prometido a mis padres, sobre todo a mi madre, que me iba a recibir. Y si marchaba a Buenos Aires nunca hubiera dado esas tres materias", cuenta.

El fútbol le sigue gustando y miraría todos los partidos aun si no fuera su obligación laboral, pero asegura que el ambiente del fútbol "es feo". "La plata pudrió todo. Entró mucha plata al ambiente del fútbol. También al periodístico. Antes había otro sentido de respeto, de la ética", comenta.

"Es duro estar en la vereda de enfrente del poder. Cada vez tengo más reducido el espectro de lugares donde puedo trabajar. Y como no he cambiado, sigo en la misma posición, entonces la cosa no es fácil. Pero no me arrepiento de nada. La gente puede pensar qué joven empecé en todo, qué locura, qué disparate. Y creo que todo en la vida tiene una explicación", subraya.

LOS GOLPES. "El origen de la existencia no es la casualidad sino la causalidad. Me enteré a los 13 años que mi madre tenía cáncer. Mi viejo tenía tres laburos y una carga horaria importante, por lo que me tuve que hacer cargo de una cantidad de responsabilidades relacionadas con la enfermedad de mi madre. Y todo eso me hizo madurar prematuramente, lo que no es bueno. Hay que atravesar todas las etapas. La edad de la bobera es tan importante como las otras para la madurez plena, la formación humana, y yo no pude vivirla", se lamenta.

El segundo impacto fue perder casi todo lo ganado en más de 20 años de carrera cuando tuvo que afrontar la deuda de alguien a quien había respaldado con su firma. En ese momento, el presidente del Banco Central, Ricardo Pascale, lo llamó como hombre de confianza para la Comisión de Análisis Financiero. "Tan crack fue que me dijo que tenía que hacerle un favor. Y el favor me lo hacía él... `Preciso alguien de mi total confianza porque van a pasar muchos dólares por ahí y no quiero que queden por el camino`, me dijo", recuerda. Después de siete años, el Banco Central cambió sus horarios, se le volvieron incompatibles con la actividad periodística y decidió renunciar.

Hoy está jubilado como abogado, pero no tiene fecha para dejar el micrófono: "Estoy obligado a trabajar hasta que me muera o hasta que me declaren incapaz, porque si no, no puedo pagar la mutualista de mis hijos con mi jubilación. Nos obligan a eso".

NUEVA VIDA. El tercer golpe fue el accidente en el auto de Julio Sánchez Padilla, de regreso de una cobertura en el interior, en el cual murió su colega y amigo Rodolfo Larrea. "Fue terrible. No entiendo todavía cómo me salvé", comenta. Salió despedido del coche y sufrió graves lesiones. Justo pasaba por allí un médico, Pedro Tuana. Llegó a la Cooperativa Médica de Canelones, donde trabajaba Tuana, desangrándose en el furgón de la familia Andreoni, que también acertó a pasar. Entre Tuana y el doctor Legnani lo salvaron. Ocurrió el 29 de marzo de 1987, por lo cual Da Silveira proclama estar cumpliendo 26 años de su nueva vida. No le quedaron secuelas físicas, pero a partir de allí su vida cambió totalmente.

"Me cambió todo. La escala de valores, sensiblemente. Yo había sido un tipo muy bohemio, me había preocupado poco de las cosas materiales. Cuando llegué a casa y vi a mi hijo Jorge, que era un bebé, en el corralito, fue la primera vez que aflojé y me puse a llorar. ¡Qué horrible si hubiera muerto! ¿Qué hubiera sido de mi familia? En ese momento me empecé a hacer valer un poco más. Cada vez que salí a pelear la plata lo hice pensando en mis hijos", dice.

Afirma tener una relación "excepcional" con sus hijos Florencia, Manuela y Jorge. Florencia lo hará abuelo pronto, por primera vez. "Mis hijas de chicas no eran Florencia ni Manuela, les decían las Totas. Cuando llegaron a los 18, les dije: `Acá hay que cortar el cordón umbilical, si no, les hago mucho daño. De ahora en adelante ustedes son arquitectas de su propio destino. Si me necesitan para cualquier consejo o ayuda estoy aquí, pero tienen que hacer por sí mismas. Y así fue: todo lo que han resuelto en su vida laboral, sentimental, política, económica, siempre ha sido decisión de ellas, por más que tenemos una relación extraordinaria". También está muy satisfecho con lo alcanzado por Jorgito, cuya discapacidad obligó a los suyos a convertir sus progresos en una empresa familiar. "Le pusimos los mejores profesionales, lo formamos, le dimos un oficio. Hoy es un botija feliz, lo quiere todo el mundo", cuenta.

Con el accidente automovilístico cambió el enfoque de muchas cosas de su vida. "Cosas que antes me calentaban ya no me calientan y les doy la valoración justa. Me empecé a cuidar mucho más. Como llevo una vida antihigiénica, porque trabajo los siete días de la semana y duermo poco, trato de cuidarme en todo lo demás", añade.

También varió su perspectiva religiosa. Tras la muerte de su madre, no quiso saber más de la Iglesia Católica o la religión. "Un día me empecé a preguntar quién me había mandado un domingo de noche, al medio del campo, un neurólogo futbolero que me lleva providencialmente al lugar donde trabajaba, porque si no, no llegaba con vida; que llama a otro amigo para que los dos juntos me salvaran la vida cuando estaba jugando los descuentos", dice.

Y comenzó a encontrar coincidencias. Su hermana había ido a rezar al santuario de Schoenstatt, en Nueva Helvecia. El padre Kentenich, su fundador, llegó al Uruguay en 1943, el año en que Toto nació. Las religiosas que se hicieron cargo del santuario arribaron el 30 de agosto de 1943, justo el día de su nacimiento. Durante la guerra, Kentenich estuvo preso en el campo de concentración de Dachau, que Da Silveira había visitado con fines periodísticos. De todo ello, su conclusión: "Creo que hay alguien arriba que decide".

DEFINICIONES FUTBOLERAS

Da Silveira acepta definir sus preferencias futbolísticas. ¿El mejor futbolista que vio? "Pelé. Y el mejor jugador de toda la cancha, Alfredo Di Stéfano". ¿El mejor equipo? "Barcelona de ahora; de antes, la selección holandesa de 1974". ¿El mejor técnico? "Osvaldo Zubeldía". ¿El mejor partido? "Varios: el más espectacular, la final Peñarol-River en Santiago 1966. La mejor actuación de un equipo uruguayo en la Libertadores, Nacional ante Newell´s en la final de 1988. La actuación más perfecta de un equipo uruguayo en el exterior, Peñarol ante Real Madrid en 1966. La emoción más grande, Uruguay-Ghana en el último Mundial. Transmitir eso por televisión fue algo único", recuerda.

En cambio, le cuesta elegir algún lugar de los muchos que visitó por su profesión. "No entiendo a la gente que dice que le gusta más París que Londres o Roma. A mí me gustan París, Londres, Roma, Viena, Bruselas, Florencia, Granada, Sevilla, Córdoba, los pueblitos de Italia... Agradezco a mi profesión la posibilidad de haber viajado por todo el mundo. Soy un privilegiado". Pero su mayor satisfacción fue llevar a su padre al Mundial de Italia `90: "Pudo conocer todos los lugares históricos sobre los que enseñó tantos años como profesor".

SUS COSAS

La abogacía

Quería ser un abogado como Charles Laughton en Testigo de cargo, pero la realidad de juzgados "oscuros y deprimentes" y juicios extensísimos mató esa vocación antes de completar los estudios. Se recibió para cumplir la promesa que le hizo a sus padres, pero ejerció muy poco.

Su club

El viejo Sporting Club Uruguay, desde 1989 fusionado con Defensor, representó "una escuela de vida" para Jorge Da Silveira. "Fue mi gran pasión deportiva", asegura. "Fue mucho más que el club donde iba a jugar al básquet cuando era joven. Allí encontré compañeros y profesores que me enseñaron mucho, hasta hacerme un hombre".

Su "oficina"

Su lugar de trabajo, en su casa, es un cómodo sillón desde donde mira todo el fútbol que emiten por TV. Con el control remoto va pasando de señal en señal, porque considera que debe estar informado de lo que pasa en el ancho mundo de la pelota. Pero si no fuera su trabajo seguiría mirando fútbol porque le encanta, según enfatiza.

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