CLAUDIO FANTINI
La niña apuró el paso porque a las ocho las puertas del colegio se cerraban automáticamente. Hizo las últimas cuadras corriendo para no quedar afuera y llegó justo al dar las ocho, siendo triturada por las inmensas puertas que, como siempre a esa hora, estaban cerrándose en forma automática.
La muerte de la niña abrió un gran debate sobre la obsesión japonesa por la puntualidad. Algunos creen que la tragedia no ocurrió en la realidad sino que se lucubró para generar tal debate, al cabo del cual predominó la idea de que, a pesar del horrible suceso, la puntualidad era parte del orden y el orden es una necesidad total en una isla volcánica donde el espacio no guarda relación adecuada con la densidad poblacional.
El rigor extremo en el cumplimiento de todas las reglas de urbanidad es parte de esa devoción por el orden que hoy muestra su utilidad en la devastación. La tierra tembló bajo sus pies y a renglón seguido se les vino el mar encima, tras lo cual dos volcanes entraron en erupción y se desató una crisis nuclear potencialmente exterminadora. Sin embargo, el mundo vio a los japoneses mantener el orden y la calma. No estalló un sálvese quien pueda. La dignidad de ese espíritu sereno que ante la catástrofe impone lo colectivo sobre lo individual, se vio también en la quietud de los precios. Nadie lucró con la desesperación del otro. La única sombra que recorrió la desolación es el secretismo que caracteriza a los gobiernos de Japón. Por cierto, ocultar información sobre la crisis nuclear para evitar el pánico es menos deplorable que la ansiedad con que la Unión Europea habló de un "apocalipsis". No obstante, la aplicación del "honne", tradicional ocultamiento de la verdad si su difusión resulta inconveniente, quizá esté mostrando su costado más oscuro en el escenario de la actual tragedia.
Fukushima no es Chernóbil: primero, no es lo mismo la decrepitud tecnológica que un terremoto y un maremoto inusualmente devastadores y casi simultáneos; segundo, el criminal hermetismo soviético hizo que el mundo ignorara lo ocurrido en Ucrania hasta que los vientos hicieron llegar las radiaciones a Polonia; ahora el mundo contempla en vivo y en directo la crisis en la central nuclear japonesa.
Tras los ataques atómicos a Hiroshima y Nagasaki, Japón generó una silenciosa e imponente revolución cultural que sepultó el nacionalismo imperial y belicista, para abrazar la democracia y el modelo de desarrollo occidental. Posiblemente cuando el suelo deje de temblar y el mar se quede quieto, los japoneses destierren la antigua norma de cortesía que llaman "honne" para imponer a gobierno y prensa eso que los rusos, después del ocultamiento criminal del accidente en Chernóbil, llamaron "glasnost": transparencia.