Sendai | El País de Madrid y AFP
Cómo poner palabras al horror. Cómo encajar en el encuadre de una cámara el desastre provocado por una ola de 10 metros de altura que barre una costa a lo largo de 2.100 km y de una planta atómica que amenaza con seguir causando daños.
Cuando la naturaleza hace lo que hizo el viernes pasado en el noreste de Japón -temblar con una magnitud de casi 9.0 en la escala Richter y provocar un tsunami de proporciones desconocidas desde que Japón comenzó a registrar datos sísmicos hace 140 años-, los hechos, los adjetivos y las metáforas quedan vacíos de contenido. Porque ante el desastre nuclear provocado por el terremoto y la devastación por el maremoto de la costa noreste de Japón, es difícil ser capaz de creer lo que está pasando, de aceptar que ese país futurista y tecnológico, de robots y cómics manga, se halla sumido en su mayor crisis desde el fin de la II Guerra Mundial. De poco sirven para describir lo ocurrido términos como cataclismo o infierno.
De pie, al borde de la carretera que conduce a Natori, una población situada unos 20 kilómetros al sur de Sendai (capital de la prefectura de Miyagi), el barrizal ocupa la vista hasta el infinito. Coches de pocos años hundidos en el agua, modernos invernaderos abarrotados de todo lo que esta arrastró a su paso, destrozos y más destrozos es lo que se ve en las calles.
Una docena de soldados camina con dificultad entre la masa de maderas y barro, con un palo de más de metro y medio de largo en la mano. Buscan los cuerpos de alguna de las víctimas enterradas bajo los escombros. Las autoridades informaron ayer que la cifra oficial de muertes a raíz de la tragedia -en todo el país- llegaba a los 3.676. Otras 11.000 personas desaparecieron. Cuando los rescatistas encuentran un cadáver, lo envuelven en una bolsa de plástico azul.
Otros soldados marchan hacia los coches destrozados, que salpican aquí y allá el paisaje como si hubieran sido arrojados desde el cielo, y extraen el combustible de los depósitos. La carretera está cortada al tráfico, y solo se puede acceder con autorización. Un kilómetro más allá, un grupo de agentes carga 13 cuerpos en un camión. El campo es una marisma de escombros y muerte. Cae una lluvia fina, mientras un centenar de kilómetros al sur la radiactividad se escapa de los reactores de la central nuclear de Fukushima 1.
Tras dejar la autopista, el lodo lo invade todo. Por aquí pasó la colosal lengua de agua, cargada de restos convertidos en proyectiles. El barrio costero de Natori está devastado. Por todos lados, hay vehículos empotrados unos sobre otros, en difíciles equilibrios. Las paredes de muchas viviendas están reventadas por el impacto del agua y de todo lo que arrastraba, aunque se mantienen en pie. Un barco descansa varado en la carretera. Edificios fueron arrancados de cuajo.
En cierto modo, el tsunami japonés parece haber sido mucho más violento que el del Índico, en 2004, cuando la ola gigante causó 230.000 muertos en una docena de países, de ellos 170.000 en Indonesia.
La inmensa mayoría de los inmuebles de la región afectada por el terremoto japonés no han sufrido daños, gracias a las estrictas normativas de construcción existentes en el país. Pero parece como si nadie hubiera pensado en la catástrofe que podía generar un potente tsunami. "La situación es terrible. Esperábamos que se produjera un gran terremoto, pero esto está fuera de lo imaginable", dice Hajime Imanishi, profesor del Departamento de Ingeniería Civil en Sendai. Imanishe, sin embargo, afirma que lo peor está por llegar. "Un profesor especializado en terremotos de nuestra universidad dice que este es solo el principio".
Shigenori Endo se encontraba dentro de su casa cuando llegó la ola gigante. "El agua nos arrastró a mí y mi madre. Las maderas, los objetos me golpeaban por todos lados, y me quedé atrapado. Al rato vino gente y me liberaron", dice este hombre de 46 años mientras camina bajo la lluvia en medio del paisaje de destrucción. Una columna de coches de bomberos y ambulancias pasa con las luces lanzadestellos en marcha.
En el Ayuntamiento de Natori, decenas de personas buscan a familiares y amigos en listas pegadas en las paredes. Yuji Goto, de 31 años, no sabe qué ha sido de su abuela, que vivía en Yuriage, otra de las poblaciones devastadas.
"Está desaparecida. Y no he podido ir a su casa porque está prohibido el paso a los vehículos", dice este hombre mientras intenta localizar el nombre. Una chica de 20 años llora mientras pasa de una lista a otra.
La catástrofe ha provocado la evacuación de alrededor de 600.000 personas, ha dejado sin agua ni electricidad a millones de personas, y escasean el combustible y la comida. Varios supermercados empezaban ayer a vaciarse.
La cifra
600 mil Es el número de personas que debieron ser evacuadas por la catástrofe. Algunos de los refugios aún no tienen electricidad.
Akita, la ciudad que se prepara para lo peor
Akita | Por temor a que empeore la crisis nuclear, los habitantes de la ciudad de Akita (norte), a varios cientos de kilómetros de la central de Fukushima, vacían los estantes de los supermercados y hacen cola en las estaciones de servicio.
"Creo que habrá penuria. Creo que no habrá más carne ni pescado, por eso compro", explica Takana Takegawa, cargando varias bolsas.
"Al principio, pensé que no debíamos inquietarnos por la salud, pero ¿hasta cuándo? Me gustaría recibir informaciones más claras", agregó la mujer, admitiendo sentirse "muy inquieta por lo que va a suceder en el futuro".
El terremoto y el tsunami que devastaron el nordeste del país no afectaron directamente a Akita, una ciudad del interior más cercana a la costa oeste. Sin embargo, la crisis es muy visible en esta localidad de 325.000 habitantes.
En pocas horas, las estanterías del supermercado Itoku quedaron prácticamente vacías. Madres acompañadas por sus hijos, pero también un número inhabitual de hombres, tratan desesperadamente de hacerse con los últimos trozos de filetes de shabu shabu (para hacer una especie de "fondue" japonesa), tofu (pasta de soja) o arroz.
El personal de la tienda dio órdenes a los clientes de no comprar más de dos artículos idénticos y reprendió a los que trataron de incumplir la norma.
"Lo que he escuchado en los informativos no me ha tranquilizado", declaró Imaijimi, un hombre de 65 años. "Estoy inquieto puesto que la radiactividad es muy peligrosa para la salud", añadió.
En las estaciones paneles informativos advierten de la escasez de gasolina, debido a que el mal estado de las carreteras tras el terremoto y el tsunami dificultan la distribución de carburante.
"Hasta ahora no hemos tenido dificultades de aprovisionamiento, pero no sabemos qué pasará en el futuro", aseguró Ayaru, un hombre de 28 años. AFP